19 agosto, 2020 

 

 

 

 

Gerardo Varela
Director de la Fundación para el Progreso (FPP)


Nuestros esfuerzos deben concentrarse en superar la pobreza y no en combatir la desigualdad, la que sólo se consigue coartando la libertad y empobreciéndolos a todos por igual.


En Francia impresiona la riqueza y la igualdad, pero el reclamo contra la desigualdad es el mismo que acá (basta leer a Piketty), lo que obliga a cuestionarse si la igualdad material es una aspiración económica y políticamente realista, filosóficamente justa y si buscarla nos hará más ricos y más felices.

La desigualdad económica es una condición de la humanidad de la cual es difícil evadirse y casi imposible de corregir, a menos que se produzcan inaceptables violaciones a la libertad de las personas, porque éstas son únicas, irrepetibles y muy diversas. Ergo, en libertad las personas tendrán resultados económicos desiguales, aunque partan iguales. Esto se debe a preferencias personales; a condicionantes sociales, geográficas, familiares y también a la suerte.

Los habitantes de distintos continentes se desarrollaron desigualmente porque la geografía no sabe de justicia ni de distribución de ingresos. La historia muestra que las regiones con ríos navegables se desarrollan más rápido que las montañosas. La facilidad del transporte y el comercio que proveen los ríos es un motor de desarrollo. Es uno de los problemas de África que, salvo por el Nilo, es una meseta sin ríos navegables. Y es una de las ventajas de Europa, que sí los tiene. Las civilizaciones del Indo y el río Amarillo se desarrollaron antes y en forma mucho más rápida que las montañesas de los Himalayas o Afganistán.

Al interior de los países también hay desigualdades determinadas por la geografía. Las personas que viven en las costas con acceso a nuevas ideas y al comercio se han desarrollado más rápido que las personas del interior. A los que habitan en ciudades en promedio les va mejor que los que permanecen en el campo. Y dentro de las ciudades, hay barrios mejores que otros. Y en un barrio hay colegios mejores que otros y en cada curso las diferencias de inteligencia, motivación, vocaciones y de entorno familiar definen las trayectorias vitales y educacionales de los alumnos, lo que trasuntará en diferencias económicas futuras. ¿Se imagina la violencia totalitaria que requiere igualar todo eso?

Nuestra Constitución fue diseñada para permitir desarrollarnos en libertad. Si la cambiamos por una que busque asegurar la igualdad, perderemos el desarrollo y la libertad y no lograremos la igualdad.

Lo mismo en el análisis micro: las familias son distintas y, dentro de ellas, hijos criados iguales y con las mismas oportunidades tienen resultados disímiles en estudios, trabajo, familia y prosperidad. Es más, incluso entre gemelos se dan diferencias de sus trayectorias económicas. La edad y las decisiones familiares también influyen: en general las personas entre 35 y 55 ganarán más que el resto de las edades y los solteros serán más ricos que los casados y ambos más ricos que los divorciados.

Por eso las democracias liberales han protegido y fomentado la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades y la igualdad de dignidad y derechos. Porque eso es lo que necesita cada persona para desarrollarse en libertad. Esta igualdad es la moralmente correcta y económicamente realista. Además, las democracias liberales han logrado una abundancia productiva y una razonable igualdad de acceso a bienes básicos y de consumo que las sociedades socialistas no lograron nunca.

Ahora bien, la institucionalidad es muy relevante. A los países que protegen las libertades personales y el derecho de propiedad (Corea del Sur-Alemania Federal) les ha ido mejor que a los que fortalecen los derechos del Estado (Corea del Norte-Alemania Oriental). Pero las decisiones también influyen. Jamaica y Singapur se independizan al mismo tiempo (1964) y con ingresos per cápita similares, pertenecen a la misma cultura del common law (que protege libertad y propiedad), pero Jamaica apuesta por el turismo y Singapur por la educación de su gente y hoy las diferencias son abismales. Pero no basta la educación, porque sin libertad no se genera desarrollo, como demuestran Cuba y España, que el año 60 tenían similares educación y riqueza per cápita y hoy Cuba es una cárcel indigente y la otra una democracia próspera. Recordemos que Cuba -al decir del Che Guevara- prometía que para el año 1980 tendría el mismo ingreso per cápita de Estados Unidos.

Por eso nuestros esfuerzos deben concentrarse en superar la pobreza y no en combatir la desigualdad, la que sólo es lograble coartando la libertad y empobreciéndolos a todos por igual. Nuestra Constitución fue diseñada para permitir desarrollarnos en libertad. Si la cambiamos por una que busque asegurar la igualdad, perderemos el desarrollo y la libertad y no lograremos la igualdad.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/gerardo-varela-la-elusiva-y-difusa-igualdad/

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