Renzo Munita M.


La crisis por la que Chile atraviesa la entendemos como fiel reflejo del desfondamiento que, desde hace algunos años ya, tanto la izquierda como la derecha acomodaticia, han hecho del soporte moral de gran parte de los chilenos, sus convicciones. Quienes no se han visto afectados por este problema, sin embargo, han callado -he callado-, descansando en otros que resistiendo han permanecido estoicos a los embates anónimos en redes sociales y a consecuencias laborales y sociales de todo tipo.

Con todo, el protagonismo con el que la izquierda radical compuesta por el partido comunista y el frente amplio comienza a instalarse en la esfera pública de nuestro país, nos motiva a suspender el silencio y a unirnos a aquellos que no se han dejado atemorizar por la virulencia de las réplicas de los hijos de Marx, Lenin y Gramsci, siniestros personajes hoy más presentes de lo que quisiéramos.

Llama la atención la aspereza con que las ideas de la libertad son atacadas, las mismas que íntimamente albergamos, precisamente por quienes flamean la bandera de la tolerancia. Máxime si son ideas que no se fundan en mentiras, en luchas de clases, en expropiaciones, en defensas de vías violentas como medios de obtención de poder político, en armamentismo popular, en unificaciones educacionales, en abusos de derecho, en desviaciones constitucionales, en desnaturalizaciones del trabajo, ni en terrorismo. No. Por el contrario, son ideas cimentadas en la moral cristiana doblemente milenaria, en el amor al prójimo, en la donación de uno mismo por los demás, en la realización del hombre de acuerdo con los talentos recibidos, en la solidaridad como virtud y no como imposición, en la labor cotidiana y en el progreso personal tanto espiritual como material, en el esfuerzo, en la propiedad privada, en la subsidiariedad, en la verdad.

Lo que se expone no es nuevo, de hecho, ya vivimos esta historia hace algunas décadas. La bitácora vuelve a escribirse, aunque esta vez mediante una pluma de trazo más fuerte que en los setenta. Con artífices quizás más preparados, y por ello incluso más arrogantes, que disponen de más tiempo y recursos para organizar su revolución. Además, no olvidemos, con mayor poder político y constitucional. Un traje a la medida para que los promotores de falsedades vestidas de rojo convenzan a los resentidos de siempre, a los ingenuos y a los deseosos de aprobación popular.

En un tiempo como el que estamos viviendo urge revertir la referida tendencia. Resulta necesario despertar y abandonar el letargo. Incorporarse. Hacerse responsable del Chile que pretendemos dejar a nuestros hijos. Convencerse que de la izquierda radical sólo puede esperarse división, pobreza material y miseria espiritual, ¿hay algo nuevo en lo que escribo? La verdad es que ni una línea, sin embargo, obedece a una realidad sorprendentemente ignorada. Al menos el modelo latinoamericano reciente debiera permitirnos vaticinar con meridiana certeza nuestro inexorable fin. Puerto aquel con el que muchos conversan, cual tentación, con el propósito de no ser excluidos de la esfera política, de no perder su cuota de poder, ni sus interesantes mensualidades. 

El acuerdo por la paz primero, y el apruebo para reformar, después, van en aquella línea, y fueron pancartas de varios exponentes de la derecha entreguista que antes referíamos (y del administrador desde luego). Ingenuos, para ustedes no habrá escaño, solo tribunal y condena; su búsqueda de posicionamiento mas no de representación, los ha enceguecido; han dialogado con quienes no podían dialogar, han renunciado a sus valores por un centímetro de aceptación. Han calculado confundiendo los factores, aquellos que alteran el producto. 

Lamentamos que las ideas evocadas no sean defendidas por quienes deben hacerlo. Es entendible que un dirigente vecinal tenga algo de temor por suscribirlas en su asamblea, o que un profesor de colegio o un académico universitario prefiera restringirlas a su fuero interno – a veces el ambiente puede más y no lo juzgamos – por ello, cuando lo hacen, es que su valentía es infinitamente mayor. Sin embargo, es incomprensible que los que han sido electos para aquello abandonen el barco, por cierto, escapando y no saltando hacia el acorazado como Prat; rindiéndose, sin pretensión de resistir como los 77 de la Concepción ¿los conocerán? 

En todo caso, qué más da. De la mayoría de los políticos, o mejor dicho de aquellos que han tomado la actividad parlamentaria como una alternativa laboral y no como una responsabilidad (importante diferencia), es preferible no esperar nada, y confiar en que la historia los juzgará. Ellos también lo saben. Mientras tanto sigamos los chilenos de bien -aquellos que queremos un Chile libre y próspero, aquellos que no nos iremos si las cosas salen mal, aquellos que reconstruiremos en su caso- en la lucha de las ideas y en la batalla de los principios. Solo así tendremos la conciencia tranquila de haber remecido nuestro espíritu, y de haber rechazado una cobarde capitulación con garantías que día a día se fragua, por muchos, en temperados salones de Valparaíso al son de quienes no creen en el bien común.

En otro orden de ideas, así como algunos han descansado en la voz de los recios, y debieran despertar, hay muchos chilenos que definitivamente carecen de convicciones firmes. Que consideran que no es grave lo que está pasando, que nuestra mirada es solo reflejo de una destemplada exageración. Lamentamos comentar que es precisamente esa la patraña intelectual que históricamente el partido comunista ha pretendido proyectar con un macabro fin: la esclavitud de las conciencias. 

No por nada la funesta agrupación ha sido proscrita en Europa del Este, no por nada su filosofía se funda en el autoritarismo, no por nada hay balsas que zarpan desde La Habana, no por nada hay muchos venezolanos entre nosotros y que se han transformado en un real aporte a nuestra patria. Esa es la realidad que pretende fomentarse también acá, y así se hará, tras desconocerse los acuerdos de la misma forma en como Allende olvidó el estatuto de garantías constitucionales tras tildarlo de estrategia política. No hay un comunismo a la chilena, ni poco nocivo, es en todos lados igual de dañino, urge – reiteramos – despertar, por un lado, y mover el corazón de aquellos que en nada creen, por otro. Responsabilidad que bien puede tomar una vida.

En efecto, la tarea anteriormente señalada no es obra de un día para otro. Es necesario redefinir los tesoros de los hombres, es sin duda una cirugía mayor. Me explico sirviéndome de las palabras del evangelista: “donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón” (Mateo 6, 21). Cabe preguntarse entonces dónde están los tesoros de estos chilenos. Mucho me dice que, en el éxito profesional y en los perfeccionamientos académicos, en el dinero, en los viajes, en las historias de Instagram. Concluimos luego, que no hay cabida para la formación humanística, tampoco para el matrimonio ni para los hijos, menos para responsabilidades tan trascendentes como el mismo Chile. Ese es el lamentable panorama.

¿No será entonces que se está cumpliendo el vaticinio de Guzmán expuesto cual oráculo bajo los siguientes términos: “si lo mejor de nuestra gente se aleja del servicio público y sólo se dedica a ganar plata… nuestras ideas, nuestros principios y nuestros valores se van a perder, y no se quejen después del Chile que van a vivir sus hijos, quizás con los bolsillos llenos, pero con las almas vacías”? Por todo lo anterior y, en síntesis, ¿será razonable continuar en silencio? en mi opinión, no. El silencio hoy ya no es una opción, es cobardía y ceguera.

Fuente: https://viva-chile.cl/2021/06/es-razonable-continuar-en-silencio/