Agosto 15, 2021 

 

 

 

 

 

Fernando Villegas


Se instaló ya como norma institucional, o, como mínimo, en calidad de exigencia moral, el cacareado y alabado y venerado concepto de “paridad”. Opera tanto en el campo privado como público. El término se refiere a la iniciativa o incluso ya una disposición reglamentaria por igualar la proporción de géneros en una repartición; debe haber, idealmente, un 50% de mujeres y otro 50% de hombres. Se acerca el día cuando también se considerará un deber-ser la existencia de cuotas para travestís, homosexuales, transgénero, binarios, inter humanos, intersexuales, hermafroditas, etc.

Esta exigencia, que ya adquirió o está adquiriendo aire de cosa formal, legal y no sólo “moral”, es el resultado políticamente correcto del movimiento feminista –y otros– en el pleno esplendor de su triunfo. Y como sucede con todos los éxitos de movimientos originados y/o constituidos por afanes, emociones, aspiraciones, etc, el fenómeno ha sobrepasado con mucho el territorio de la razón.

Un cargo NO debe ser negado a una mujer –o a un homosexual– por razones de su género o sus gustos, argumento inicial del movimiento, pero TAMPOCO, como ya sucede ahora, debe ser asignado por esa razón a caballo de una “cuota”. Es razonable terminar con las trabas que dificultan el acceso de personas a puestos de la más alta responsabilidad por características ajenas a su capacidad intelectual, pero es completamente irrazonable promover gente a dichos cargos sólo por poseer características que NO tienen nada que ver con dichas capacidades. Esto vale también para el tema de las “etnias”. No porque ciertas personas sean miembros de un grupo minoritario que sufrió menoscabos en el pasado debieran, hoy, tener derechos a privilegios, a cupos reservados y a tratamientos jurídicos especiales. Con esos criterios, lejos de terminarse con la desigualdad ante la ley, sencillamente se crea una desigualdad distinta; si usted es así o asá y puede vociferar en los medios de comunicación el tiempo suficiente como para instalar una “exigencia” impuesta a toda la sociedad por convicción o por temor, sucede ahora que adquiere mágicamente los atributos que lo hacen merecedor de sustantivas ventajas, regidas por ley, para acceder al poder, al privilegio, a la fama y a la notoriedad, todo esto simplemente “por ser” de ese modo, no por “tener” tal o cual capacidad.

En las universidades norteamericanos, aun las más prestigiosas, esta nueva norma, la del valor per se de la raza, el género, las preferencias sexuales, etc, ha llegado al absurdo de privilegiarse dichas condiciones a la capacidad intelectual que debiera ser –y era por lo general– el único o esencial criterio de selección. Como resultado de eso, mediocridades que antes no hubieran logrado obtener siquiera una matrícula como alumnos ahora pueden optar con éxito a cargos académicos como profesores.

Véase lo que sucede en Chile en las instituciones del poder. Constátese el número de ciudadanos y ciudadanas sin otro mérito que su etnia o su pobreza o su ignorancia, pero que han llegado a tal elevación que, incluso, se sienten con potestad para hacerle exigencias al gobierno y a la entera sociedad. Compruébese por sus dichos y hechos la paupérrima condición intelectual de tribunos y tribunas que ascendieron la escalera de la política “por ser” tal o cual cosa en vez de por “poder” sumar dos más dos y que ahora pretenden dar cátedra y dirigir los destino de la nación. Y como resultado de eso nótese la inmensa pobreza intelectual de la política chilena de hoy tanto en las instituciones del Estado como en los claustros, colegios, gremios, partidos, medios de comunicación, etc. El resultado final no es o no será muy distinto al que impera en regiones gobernadas por los talibanes; ruina, opresión, salvajismo, estupidez, fanatismo, atraso.

Fuente: https://elvillegas.cl/2021/08/15/capacidad-no-paridad/

.