3 diciembre, 2022 

 

 

 

 

 

Por Pilar Molina


¿Le creemos esta vez al Presidente Boric, cuando el objeto de su giro es lo que explica la esencia del afán refundacional y revolucionario de su grupo en el poder?


El Presidente Boric nos tiene acostumbrados a sus giros. Trató de destituir al Ministro de Educación del gobierno anterior por querer abrir los colegios después de año y medio de pandemia y votó cada uno de los retiros que desfondaron los ahorros previsionales y desataron la actual inflación. Sus vuelcos más notables han sido en materia de seguridad y orden público. Como legislador, siempre inhibió cuanto pudo la acción coercitiva del Estado; consideraba que aplicar la ley de Seguridad Interior del Estado era criminalizar la protesta; se la jugó por refundar carabineros e indultar a delincuentes del estallido social y jamás reconoció que había terrorismo en las cuatro regiones afectadas por graves atentados y homicidios a cargo de grupos mapuches.

Pero la última voltereta fue diferente. En la inauguración del monumento en homenaje a Patricio Aylwin frente a La Moneda, el Presidente negó precisamente lo que justificó la existencia política suya y del Frente Amplio.

Nacieron como una disputa generacional en contra de la forma en que la Concertación administró la transición y la economía (“los 30 años”), donde sin darle validez a ni un solo indicador de desarrollo social o de paz, le enrostraron a la centroizquierda haber administrado el neoliberalismo, acrecentando las desigualdades, y la política de acuerdos con la derecha, los empresarios y los militares. Por eso mismo acusó a Ricardo Lagos de estar del lado de los banqueros y ninguneó a Michelle Bachelet, con la que dijo aburrirse “profundamente”. Por compartir la crítica con “la administración de los últimos 30 años del modelo en Chile”, les pareció “mucho más natural” aliarse con el PC que con la socialdemocracia para la constituyente, dijo Boric.

Luego de la muerte del ex Presidente DC en abril de 2016, el diputado Boric no se sumó a los reconocimientos y escribe una columna en The Clinic que sintetiza bien su oscura mirada a los años de la Concertación. Allí utiliza la frase de Aylwin “en la medida de lo posible”, pero no para hacer justicia (como proponía el ex Mandatario), sino que para criticar una forma de entender la política que prioriza “cuidar la gobernabilidad”.  Ese modo, escribe, se tradujo en darle la espalda al pueblo y sacrificar “el programa que ellos mismos habían comprometido”, para negociar con los empresarios y militares el modelo neoliberal que impuso la dictadura. La denomina “operación legitimadora”, construida a través de la “política de los acuerdos”.

Frente a la estatua del ex Presidente Aylwin el miércoles, en cambio, sacó la frase “en la medida de lo posible” de la abdicación y la traición para hacerla suya, del pueblo y de las mayorías. “Sus límites se encuentran allí donde se alojan las principales preocupaciones y los anhelos de todos. Lo posible es por lo que hay que dejar todo nuestro esfuerzo, nuestro empeño, es lo que se define colectivamente (…) no es el desgano como algunos malamente lo pudimos haber interpretado anteriormente”. Refrendó este reconocimiento a la realidad de los hechos, revelando que su padre le comentaba frente a su visión crítica de la transición que su generación “no sabía lo que era tener a Pinochet como comandante en jefe (…) ni lo que era priorizar”.

Y olvidando su anterior malestar con los acuerdos, culminó su discurso llamando a todos a “salir de las trincheras”.

¿Le creemos esta vez, cuando el objeto de su giro es lo que explica la esencia del afán refundacional y revolucionario de su grupo en el poder? La pregunta es clave, porque si es sincero, significa que ha aprendido y que este cambio de opinión, como los anteriores, no se deben a una estrategia oportunística para encontrar una mayoría que le permita gobernar, luego de la catastrófica derrota personal y política que tuvo en el plebiscito de salida. Significa que, si volviera a ser oposición, y fuera honesto, no volvería a buscar la disolución de las instituciones, a apoyar a los grupos terroristas y la refundación de Chile.

El problema es que, si es sincero con que “la medida de lo posible” debiera dar paso a las prioridades de la mayoría, tendría que comenzar por aumentar su respaldo a la coerción del Estado para poner coto a la explosión de delincuencia, narcotráfico, terrorismo e inmigración irregular.  Y tendría que renunciar a su programa refundacional que ya fue derrotado el 4 de septiembre.  Pero nada de eso se ve. 

Conflictuado por su propia coalición, que ni siquiera lo acompañó al homenaje a Aylwin, da apenas tímidos gestos de respaldar la acción de Carabineros, ya no refundarlos, e insiste en su visión de “borrón y cuenta nueva” con el sistema previsional que se construyó durante más de 40 años. Tampoco se le ha visto salir de la trinchera del estatismo, para proponer soluciones para los problemas del país. Por el contrario, la trilogía ahorro-inversión-empleo no parece existir en su recetario, ni aun ad portas de una recesión. Sigue omitiendo la importancia del crecimiento en sus discursos y cifrando todas sus expectativas de igualdad en la extracción de ahorros a los privados sin renunciar al simbólico impuesto “a los más ricos” que no alimenta las arcas, pero sí la ideología.

Los medios han destacado poco este vuelco del Mandatario. Sería trascendental si fuera sincero. Pero, tal vez, no le creen.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/pilar-molina-levedad-del-giro/

.