José Tomás Hargous Fuentes


Esta semana se cumple un nuevo aniversario del llamado en ese momento “estallido social”. Cuatro años después del fatídico clivaje, no hay consenso en la opinión pública en torno a las características, causas, actores, etc., de dicha hecatombe. En el último mes han resultado bastante polémicas las palabras del ex Presidente Sebastián Piñera, de que aquel hecho sería un “golpe de Estado no tradicional”. Pese a ser secundado en dichas declaraciones por su propio sector político, y en más de una ocasión respaldado por Sergio Micco (DC por más de tres décadas y actualmente militante de Amarillos), director en ese entonces del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), evidentemente su hipótesis no caería bien en la izquierda.

Porque si se denuncia un “golpe de Estado”, por mucho que sea “no tradicional”, se está acusando que existen ideólogos, perpetradores y eventualmente beneficiarios de dicha acción violenta. Recordemos que quienes sostenían por octubre y noviembre de 2019 que nos encontrábamos frente a una insurrección violenta meticulosamente organizada, ya sea en Chile o con cooperación extranjera, se les acusaba de conspiranoicos e insensibles ante la realidad social. El mismo Presidente había señalado durante esos días que nos enfrentábamos a “un enemigo peligroso”, contra el cual estábamos “en guerra”

En ese contexto, recordó en entrevistas recientes que la izquierda “no tuvo una posición de clara condena de la violencia” y que, al contrario, “fue ambigua, la toleró, la apoyó, la justificó e incluso buscó formas de derrocar a un Presidente que había sido elegido democráticamente”. En ese sentido, señaló que “la democracia estuvo en grave riesgo” “hubo un riesgo inminente de que tomaran el Palacio de La Moneda, que era el objetivo que persiguieron permanentemente durante esos días, junto con quemar otros edificios emblemáticos”.

“La consigna era quemarlo todo, cosas tan nobles como escuelas, hospitales, iglesias, el Metro de Santiago”, profundizó el ex Presidente. Si hacemos un poco de memoria de aquellos días, semanas y meses donde la violencia no paraba, y nuestros carabineros y militares eran incapaces de contenerla –a pesar de las acusaciones durante y después de los hechos de que habrían violado sistemáticamente los derechos humanos, que se demostraron en su mayoría falsas–, lo que comenzaría con una evasión masiva del Metro, terminó con gran parte de su red inutilizada por haber sido incendiadas más de la mitad de sus estaciones. También, se quemaron iglesias, edificios corporativos, se enfrentaban constantemente con nuestros carabineros y uniformados, y se destruyó Plaza Baquedano –otrora ícono de la unidad nacional, primero por el triunfo militar, luego por el Centenario, y hasta hace muy poco tiempo por nuestros triunfos deportivos–, que era el patio de juegos de todos los viernes de la “Primera Línea”, verdadera vanguardia revolucionaria de nuestra revolución de octubre.

No es coincidencia que la palabra “hecatombe”, con que describí al empezar esta columna los acontecimientos detonados el 18 de octubre de 2019, no sólo signifique “Suceso trágico en el que se produce una gran destrucción y muchas desgracias humanas y materiales”, sino que también “sacrificio religioso solemne con gran número de víctimas”. Porque el octubrismo, como buen proyecto revolucionario, no recurría solamente a medios violentos –la “Primera Línea”– o políticos –la fallida acusación constitucional a Piñera y el bucle constituyente del que aún no salimos–, sino que se caracterizó por una retórica especial y una estética religiosa –secular, pero religiosa–: El “perro matapacos” era su dios y la “Plaza Dignidad” su santuario; la quema de iglesias y del Metro, la vandalización de bustos de héroes, el rechazo al ethos chileno entregado como sacrificio para construir sobre él un nuevo Chile; en fin, la prédica de los “treinta pesos” y los “treinta años”, su evangelio, que cuatro años después bien podemos calificar como una “mala noticia” que dividió profundamente nuestro país.

Cuatro años después todo parece indicar que hemos salido de aquella pesadilla comenzada con una “inofensiva” evasión del transporte público. También, pareciera que hemos aprendido la lección o, al menos, somos conscientes del daño que produjo la borrachera octubrista. Pero aún seguimos sometidos a algunos de sus efectos, el actual gobierno, la delincuencia sin freno y el proceso constituyente. Afortunadamente, el tercero va por buen camino, gracias a la dirección de la bancada republicana, y el primero –con sus ambigüedades– no sólo ha tenido cambios estéticos como la gomina y el terno. Y, con todas las críticas que nos merece el Acuerdo del 15 de noviembre, el régimen político, si bien no salió incólume, sí sobrevivió a la afrenta octubrista. Por eso, no todo está perdido y podemos recuperar la esperanza.

Fuente: https://viva-chile.cl/2023/10/un-enemigo-peligroso/

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