José Tomás Hargous Fuentes
Este fin de semana, en el marco de su junta nacional extraordinaria, la Democracia Cristiana (DC) acordó por un 63% de los votos apoyar en noviembre próximo al Partido Comunista (PC) en su opción presidencial. Esta noticia sin duda, dos días antes de que cumplieran sesenta y ocho años, es un hito histórico y da cuenta de la renuncia del otrora partido más grande de Chile –que en otra ocasión denominamos “el gran elector”–. Si bien la DC ya había favorecido anteriormente la llegada al poder de un gobierno marxista como el de Salvador Allende (1970-1971) o participado junto con el PC en la administración Bachelet II (2014-2018), es primera vez que deciden apoyar a una candidatura del partido de Luis Emilio Recabarren, que fuera durante el siglo XX el más fiel a Moscú. Y eso es claramente una novedad.
A pesar de que sus dirigentes más destacados, como Eduardo Frei Montalva, fueron críticos del anticomunismo de la derecha, y de que casi siempre hicieron pacto con la izquierda –sólo se aliaron con la derecha entre 1972 y 1973 y apoyaron al régimen militar en sus primeros años–, nunca habían cruzado el cerco de apoyar al Partido Comunista en una aventura presidencial. Cuando la DC se pasó a la oposición del régimen de Pinochet y lideró la Concertación para llevarla al gobierno por veinte años, lo hicieron conteniendo a la izquierda y excluyendo a los sectores no democráticos de su pacto. Durante los dos primeros gobiernos de la Concertación ellos fueron el centro de gravedad de la coalición y pudieron imponer sus términos, en torno a la profundización del modelo económico –“los autocomplacientes”–, su hegemonía fue diluyéndose a partir del Gobierno de Ricardo Lagos, pero el PC seguía fuera del Congreso.
Esto cambió cuando en las elecciones parlamentarias de 2009 la Concertación le abre la puerta al PC, creando la lista “Concertación y Juntos Podemos, por más democracia” –un año antes habían hecho pactos por omisión en las municipales–. Como si fuera poco, en su segunda aventura presidencial, Michelle Bachelet decidió llamar al Partido Comunista para ir no sólo en una misma lista parlamentaria, sino que los invitó a formar gobierno en torno a un programa con fuertes reformas estructurales, que son la principal causa de nuestro estancamiento económico y nuestra profunda crisis política, cuyo efecto social fue el pasto seco que sirvió de combustible para la revolución de octubre. En dicho gobierno el PC encabezó dos ministerios, el de Desarrollo Social y el de la Mujer –que impulsó el proyecto de aborto aprobado con connivencia de la DC–, además de la Subsecretaría de Previsión Social. En el Gobierno de Gabriel Boric, por su parte, han tenido cuatro ministerios –Segegob, Educación, Trabajo y Ciencia– y ocho subsecretarías, la mayor cantidad desde la Unidad Popular (UP) –nueve ministros–.
Esta larga enumeración de hechos da cuenta del cada vez mayor protagonismo del Partido Comunista en la vida política nacional, que lo tiene hoy con opciones importantes de llegar a La Moneda. En paralelo, la DC no ha hecho más que achicarse, perdiendo cada vez más apoyo electoral y con importantes fugas de militantes: primero fue el grupo Progresismo con Progreso (PCP), y luego los Amarillos y Demócratas, sin considerar los que en distintos momentos han dejado la Falange para entrar a Renovación Nacional (RN) o agrupaciones de izquierda como la Izquierda Cristiana y el MAPU.
El apoyo de la DC al Partido Comunista constituye una doble contradicción: ya no pueden decirse ni demócratas ni cristianos. Por un lado, un partido que ha hecho de la democracia una de sus banderas de lucha termina apoyando a un partido que jamás ha creído en la democracia y que hasta hoy busca destruirla para llevarnos a ese régimen totalitario que es la dictadura del proletariado. Y por otro, es un partido que siempre ha reivindicado –con mayor o menor acierto– los principios cristianos del orden político, que vuelve a contradecirse al sumarse a una candidatura de un partido ateo y anticristiano, defensor de una ideología condenada por la Iglesia como “intrínsecamente perversa”. Esperemos que el pueblo democratacristiano despierte y rechace la decisión de sus cúpulas para optar por algún candidato que defienda sus principios y sus causas políticas.
Fuente: https://viva-chile.cl/2025/07/democracia-cristiana-2/
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