Cristián Labbé Galilea


Esta semana, el país padeció la última cuenta pública del Presidente; ella, a juicio de esta pluma, quedará grabada en los anales de nuestra historia política, no por lo que dijo, sino por lo que su contenido transmitió a todos quienes lo escucharon, especialmente a quienes lo analizaron. Con una puesta en escena cuidadosamente estudiada —tono afectado, pausas estratégicas, retorica emocional—, el Presidente sólo consiguió comunicar que “su gobierno ha sido un perfecto fracaso”.

En su inmadurez y falta de visión, quiso cerrar su mandato dejando un legado de gestión y progreso que trascienda en el tiempo. Obvio, trascenderá rigurosamente por lo inverso: su gobierno ha sido el peor que registra nuestra historia reciente. Basta revisar el programa que lo llevó a la primera magistratura, y la caótica situación en la que entrega el país. Recuerde mi ilustrado parroquiano que lo iban a cambiar todo, literalmente, porque estaban dotados de una moral muy superior a sus predecesores. ¡Ni más ni menos!

El Presidente, sin logros que ostentar, y consciente que sufrió una infausta derrota en sus ambiciones de imponer cambios refundacionales culturales e institucionales, intentó crear una despedida heroica, al mejor estilo de un “funeral vikingo”, cargado de tintes memorables y épica gloriosa, como si su legado navegara hacia “el Valhalla” (lugar donde, según la mitología nórdica, van los guerreros victoriosos).

Para su pesar, los hechos dicen lo contrario: no habrá tal legado, su delirante “drakkar” (barco vikingo) no arderá según la leyenda; incluso antes de finalizar su mandato, “ya ha encallado” en la vergüenza y la deshonra.

Sin argumentos veraces para demostrar una gestión exitosa, él confirma lo que es, “un niño necio” aferrado a sus ideas; aunque le demuestren su error, justifica lo injustificable, y “sopla cenizas” convencido que avivará “un fuego político” favorable a sus consignas ideológicas. Entonces, nada mejor que emprenderlas contra los militares (caso Punta Peuco), contra Israel (denunciando genocidio) y, por supuesto, a favor del Aborto Libre.

Sobre el Aborto e Israel esta pluma ya se ha pronunciado; por ello, concentra esta denuncia en su intención de transformar Punta Peuco; en tal “acto de cobardía” le saldrá “el tiro por la culata” porque, al intentar usarlo como “comodín de venganza contra militares”, logró visibilizar lo que muchos han olvidado.

Sepa mi leal contertulio que, en Punta Peuco, durante este gobierno han fallecido 31 militares, hoy quedan en ese recinto más de 140 prisioneros cuya edad promedia 80 años, y la mayoría sufre enfermedades terminales o invalidantes. ¿Para ellos no hay derechos humanos?

En suma, estamos frente a un gobierno fracasado sin nada que ostentar, porque Baquedano volverá a donde estuvo siempre, la ley del aborto no prosperará y, en cuanto a lo de Punta Peuco, no cabe duda que habrá duras reacciones… Por tanto, la cuenta pública que quiso ser “un canto de cisne”, “un funeral vikingo”, “una despedida heroica…”  fue sólo un discurso vacío que ni para funeral de un miserable ratón serviría.

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