Gonzalo Rojas


"La izquierda ha vaciado por completo toda la nobleza cristiana de la noción de derechos de la persona humana."


De cuán dura es la disputa al interior del Consejo del Instituto Nacional de Derechos Humanos, ya habíamos tenido una que otra noticia a través de la publicación de sus actas.

Pero, ahora, unas sinceras y sólidas declaraciones de su director, Sergio Micco —retrucadas por la bancada izquierdista del Instituto—, han puesto de manifiesto la importancia de esa confrontación.

Ya se opusieron en su momento al nombramiento de Micco los que no toleraban su clara y valiente defensa de la vida del que está por nacer, primer e ineludible derecho humano. La disputa, aunque sobre los fundamentos, pareció quedar referida exclusivamente a ese punto. Mas ahora, solo porque Micco ha incurrido en el “agravio” de recordar que “no hay derechos sin deberes” y que el papel de las organizaciones de derechos humanos respecto de la educación en los deberes es “enorme, y ahí tenemos una tarea importante”, sus contradictores han reaccionado con inusitada fuerza.

De nuevo ardió Santiago (desgraciadamente, en cuanto al fuego, ya no necesitamos recordar a Troya), ya que de inmediato se desplegó en contra de Micco la ideología de los derechos humanos, un constructo conceptual muy poco jurídico y cada día más deshumanizador.

Es una ideología, porque se la postula como una fe que, en este caso, no es ofrecida mediante un “tómala completa o déjala”, sino con un “tienes obligación de tomarla”. Es, además, una fe secular y para-racional (estoy recordando los elementos de las ideologías que aprendiera de Joaquín Fermandois, por allá por 1976), porque limita el concepto de dignidad humana a sus relaciones con el Estado temporal e impide toda discusión sobre sus propios presupuestos. Y es, finalmente, una fe utópica, porque pretende dotarse a sí misma de igual validez en todo tiempo y lugar, pero sin consideración alguna por la trascendencia de la persona humana.

Así, la izquierda ha vaciado por completo toda la nobleza cristiana de la noción de derechos de la persona humana, para llenarla con una supuesta autonomía carente de compromisos, pero plena en su capacidad de exigir. Negocio redondo.

El problema para Sergio Micco es que razonó de un modo abierto, del todo ajeno al constructo ideológico de los derechos humanos. Se permitió el pecado de pensar sobre la teoría, abriéndola a la plenitud de lo humano —porque, si los deberes no son humanos, ¿es que son inhumanos?— y proyectándola, con sentido trascendente y concreto, a situaciones particulares, como las de la juventud universitaria a la que enseña. Incluso citó, respecto de la importancia de los deberes, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero ese texto no tiene más relevancia para la ideología de los derechos humanos que el de un antecedente histórico aprovechable, a veces sí y a veces no. Obvio, esta vez, no.

Por supuesto, toda la absurda teoría de unos derechos humanos por completo independientes de sus deberes correlativos, en la práctica se cae a pedazos cuando sus defensores no vacilan en exigirles deberes a los militares condenados por violaciones a los derechos humanos. En efecto, cada vez que estos han querido acogerse —como cualquier titular de derechos— a los beneficios que los regímenes carcelarios estipulan, han sido conminados a cumplir con deberes: colaborar con la justicia, reconocer sus culpas y pedir perdón. Como mediante informes psicológicos y de Gendarmería se ha “establecido” que no cumplen ni con esos ni con otros deberes, entonces se los priva de sus derechos humanos.

Ya se sabe: la venganza estipula que los uniformados solo tienen deberes humanos y que nunca, nunca, lograrán cumplirlos. Respecto de ellos, el constructo ideológico devela toda su perversión.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2020/05/06/78528/Sergio-Micco-tiene-la-razon.aspx

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