Gonzalo Rojas


"Fueron los mismos rectores que hoy se proyectan en la escena pública quienes fallaron cuando minimizaron los problemas que podían presentarse en la PSU."


En la superficie de la actual vida universitaria, aparecen principalmente los denodados esfuerzos por enseñar de pantalla a pantallas, y —en paralelo— por minimizar los quebrantos que acechan a unos y a otros —estudiantes e instituciones— por la dificultad en el pago de los aranceles.

Pero debajo de esa cubierta hay un trasfondo.

Seguramente, su aspecto más positivo es la mejor productividad en investigación, especialmente en Humanidades y Ciencias Sociales. Qué duda cabe: quedarse en la casa agrega un par de horas de mayor rendimiento diario a ese apasionante trabajo con las fuentes y a la consiguiente escritura.

En sus antípodas, la dimensión probablemente más negativa es la incubación de un nuevo motivo de malestar en ciertos grupos de estudiantes, siempre dispuestos a la confrontación con sus propias universidades. Aquellas declaraciones de la Confech criticando la docencia en línea —y los consiguientes “paros de teclados”— no fueron un paso en falso, sino un trabajo de exploración, para ver hasta qué punto y en qué sentido iban a reaccionar los rectores.

Sería una gran noticia que esas minorías de alumnos activistas, dispuestos a defender la violencia insurreccional desde octubre pasado, hubiesen comprendido la magnitud del daño que podrían causar si volviesen a sus andanzas. Pero la otra opción, lamentable, es que por estos días estén simplemente acumulando fuerzas y estrechando contactos, para aprovechar en el futuro próximo todas las dificultades objetivas que presentará la situación universitaria y, entonces, utilicen esos problemas para lanzarse a una nueva ofensiva.

Estos son días muy propicios para tocar este tema, por dos razones.

En primer lugar, porque se cumplen los dos años de aquellas tomas feministas —generistas, más bien— en tantas universidades y que culminaron con la violenta ocupación de la Casa Central de la PUC. El deterioro del principio de autoridad, expresado en la debilidad para enfrentarlas, y la polarización de los ambientes universitarios por la radicalidad de sus posturas podrían volver a manifestarse en poco tiempo más si no se despliega ahora, en plena cuarentena, un conjunto de acciones precautorias.

Y, en ese sentido, un segundo acontecimiento llama a la reflexión. Es el centenario del nacimiento de san Juan Pablo II (18 de mayo de 1920), quien hace 33 años le advirtió a la PUC que había que hacer un “indispensable discernimiento crítico” de las fuentes exteriores a la fe cristiana, sin el cual, nos decía, “se producen síntesis aparentes, ruinosas, que tanto dañan hoy mismo la conciencia de los fieles”. El análisis de algunos de los acuerdos a los que se llegó con los movimientos en toma muestra, precisamente, “síntesis ruinosas”, y nada hace pensar que aquellas mismas fuerzas hayan desistido de seguir corriendo las fronteras. “La conciencia cristiana debe mantenerse en guardia”, agregaba el Papa.

Está muy bien que los rectores de las dos principales universidades chilenas convoquen a un diálogo para pensar en Chile, pero no conviene que su afán de protagonismo nacional pueda desviarlos de su tarea primordial: anticiparse a las muy difíciles circunstancias que les tocará vivir con sus respectivas federaciones de estudiantes —y con aquellos otros grupos que las superan por sus márgenes— cuando los alumnos puedan asomar la cara y entrar a los campus.

Fueron los mismos rectores que hoy se proyectan en la escena pública quienes fallaron cuando de antemano minimizaron los problemas que podían presentarse en la PSU. Después, solo hubo un reconocimiento de que no habían imaginado la gravedad de la ofensiva en contra de la prueba.

No dos veces en lo mismo.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2020/05/20/78888/Los-rectores-estan-atentos.aspx

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