Gonzalo Rojas

 

 

"El éxito de Vox reaviva en Kast y en su gente un dilema que requiere pronta y clara definición: la formación del partido político."

 

En los últimos quince años, han venido a Chile, en diversos momentos, varios dirigentes de la derecha española que habían ido abandonando el Partido Popular.

A pesar de que no necesariamente han coincidido en todos sus diagnósticos, sí han sido unánimes en dos consideraciones: estimaban que perdieron mucho tiempo dentro del PP y creían que, una vez que tomaran un rumbo fuera de la centroderecha, tenían que marcar nítidamente —en doctrina y en organización— una opción claramente diferente del partido de Aznar y Rajoy. Son dos puntos que desde hace una década resultaban muy atingentes para Chile, cuando dentro de la UDI cundía, en una parte importante de sus militantes, la nostalgia por el estilo y las convicciones fundacionales gradualmente abandonadas.

Desde poco tiempo atrás, en España, Vox ha recogido esas definiciones y esa organización, posicionándose en su primera elección general con el 10,3% de los sufragios, con 24 diputados, con más de 2 millones 650 mil votos, con un volumen de preferencias equivalente al 60% de las obtenidas por el quebrantado PP.

Funcionó. Y funcionó contra algunas maquinarias muy aceitadas por el aparato estatal (PSOE y PP), contra otras muy desarrolladas por su presencia parlamentaria (Ciudadanos y Podemos), y contra todos los cuatro grandes partidos, mucho mejor respaldados por los medios de comunicación y las finanzas. Funcionó esta vez y, por supuesto, funcionará mucho mejor en la próxima, cuando un honrado reconocimiento a la presencia de Vox se haya extendido entre sectores que por años apelaron al voto útil a favor del PP, sufragio considerado hoy por millones de españoles de auténtica derecha, simplemente como un voto débil.

¿Lecciones para Chile?

Por supuesto, usted está pensando en Acción Republicana, en José Antonio Kast y en su gente; yo también.

Cuando el entonces diputado decidió abandonar la UDI en 2016 —acompañado por un grupo de fundadores del partido—, inició el camino correcto; cuando aventuró su candidatura presidencial y —en condiciones aún más precarias que Vox— obtuvo el 8%; cuando fundó un movimiento hace un año y lo tiene hoy posicionado en los 14 mil adherentes, todo eso, lo hizo contra pronósticos, apatías, zancadillas y burlas, espeso caldo en el que cualquiera menos valiente y claro se habría ahogado al poco tiempo.

Pero el éxito de Vox —limitado, parcial, pero muy significativo— reaviva en Kast y en su gente un dilema que requiere pronta y clara definición: la formación del partido político.

En su declaración de aniversario, Acción Republicana se compromete a tener un candidato presidencial propio, a trabajar por la mayoría en el Congreso para terminar con el obstruccionismo abusivo de la izquierda, y a apoyar a todos los buenos candidatos en las municipales del año próximo. Perfecto.

Perfecto, pero insuficiente.

Insuficiente, porque la identidad de la derecha añora un espacio partidista en el que volcarse, unos candidatos propios a los que apoyar con un voto dirigido hacia los mejores y que no beneficie a la centroderecha light, en fin, un núcleo doctrinal tan sólido que no haya quien crea estar votando por un supuesto mal menor, como efectivamente sucedió en la segunda vuelta de 2017.

La presidenta de la UDI ha declarado que Acción Republicana está donde mismo estaba en su comienzo (¡vaya estabilidad pasar de la nada a catorce mil!). Aunque se equivoque, su percepción no deja de ser útil para preguntarse: Y… ¿dónde quiere estar Acción Republicana en un año más? ¿Si se consultara hoy a sus adherentes, qué contestarían? ¿Y tantos otros que miran con desinterés un simple movimiento, no se sumarían con entusiasmo a un partido?

Es el momento de la Vox populi.

Fuente:http://www.elmercurio.com/blogs/2019/05/08/69175/Vox-populi.aspx

 

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