martes, 28 de noviembre de 2017
Cuando Gabriel González Videla (presidencia 1946-52) comprobó que los comunistas, que lo habían apoyado para ser elegido, estaban conspirando para derrocarlo, mandó un proyecto de Ley de Defensa de la Democracia al Congreso. Éste lo aprobó y entonces el gobierno sacó a todos los comunistas de los cargos públicos, autorizando para relegarlos cuando persistieran en sus acciones conspirativas. Acá pudo haberse consumado otro “golpe de Praga” de 1948, cuando en Checoslovaquia los comunistas derrocaron al contemporizador (“kerensky”) Edouard Benes de la presidencia y defenestraron (literalmente) al más duro, el canciller Jan Masaryk, arrojándolo por la ventana del palacio de gobierno, entregando luego el país a manos soviéticas.
El siguiente régimen chileno, del general Carlos Ibáñez (1952-58), en un “juego de piernas” para que lo dejaran terminar su período tranquilo, derogó la Ley de Defensa de la Democracia, que los comunistas habían bautizado como “Ley Maldita” (maldita para ellos, pero bendita para la democracia). Y así pudieron volver a conspirar desde cargos públicos (el sector privado no les gusta, porque en él hay que trabajar). Y lo siguieron haciendo hasta 1973.
Y cuando se derogó la Ley de Defensa de la Democracia y volvieron a tener libertad para destruirla, los rojos salían a las calles gritando: “¡y qué fue, y que fue, aquí estamos otra vez!”, nuevamente dedicados en horario completo a subvertir el orden interno, con el aplauso de los kerenskys locales, que siempre han terminado haciendo lo que ellos dicen; y, por cierto, con el aplauso de los socialistas, que se habían vuelto más extremos y también preparaban la lucha armada mediante su sucursal terrorista, el MIR, comenzando los años ’60.
Por una de esas ironías de la historia, la que ahora renace desde las cenizas es la derecha política chilena, proscrita progresivamente bajo los gobiernos de la Concertación (incluido entre ellos el de Piñera) y de la Nueva Mayoría. Excluida del espectro político chileno, como lo dice explícitamente el libro de Andrés Allamand, “La Salida”, según el cual dicho espectro termina, hacia la derecha, donde está él, es decir, en la “centroderecha”, después de la cual ya no existe nada más; y cuya misión es cumplir “el legado de Aylwin” (que, entre paréntesis, era de centroizquierda). ¡Decidora paradoja!
No obstante, la elección del domingo dejó en evidencia que la derecha sí existía: José Antonio Kast obtuvo una votación superior a la que le auguraban las encuestas. Además, las urnas encerraron una enorme sorpresa: le dieron una gran mayoría al nombre más representativo del legado del Gobierno Militar y su continuidad, Cristián Labbé, coronel implacablemente perseguido por la justicia prevaricadora de izquierda y marginado de su partido, la UDI, a su vez capturado por el piñerismo centroizquierdista (véase en The Clinic la confesión en tal sentido de los hijos de Piñera).
Pues el nombre de Cristián Labbé, hijo del coronel (r), había sido silenciosamente incluido en la nómina de candidatos a consejeros regionales de la UDI. Eso provocó un estallido electoral espontáneo e imprevisto: 75 mil personas le marcaron preferencia sin decir nada, pero diciéndolo todo.
Sólo un candidato a diputado, Giorgio Jackson, y un candidato a senador, Francisco Chahuán, obtuvieron más votos que Cristián Labbé en todo el país. Y, desde luego, éste superó a Ricardo Lagos Weber, Isabel Allende y Ximena Rincón, amén de haber superado a los dos candidatos de extrema izquierda a la Presidencia, Artés y Navarro, sumados, sin siquiera haberse asomado a la franja televisiva electoral en la cual estuvieron ambos convocando a adherentes que no llegaron.
La respuesta espontánea de la ciudadanía a la proposición del nombre-insignia “Cristián Labbé” ratifica que el legado del Gobierno Militar y el pensamiento de derecha, que vienen siendo una misma cosa, cuentan con gran arraigo popular. Los que han abandonado ese legado y esas ideas ven desmoronarse su capital político. En la propia UDI han sido derrotados los candidatos más piñeristas y han triunfado quienes lo son menos, es decir, los que permanecen más fieles al pensamiento y la obra del fundador, Jaime Guzmán.
Todo eso refuerza la iniciativa del único candidato presidencial de derecha en el sentido de fundar una nueva colectividad representativa de las ideas de libertad y orden que crearon la “república en forma” y luego la salvaron de la arremetida totalitaria. Las ideas están y, lo estamos viendo, el respaldo popular también.
¡Y qué fue, y qué fue, aquí estamos otra vez!
Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.cl/
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