Por Jorge Andrés Droguett
Director Fundación Voz Nacional


A propósito del confinamiento, hemos recordado o aprehendido las recetas del pan, de los queques, pizzas, otras. El punto, es que a otro grupo de nuestra sociedad, a aquellos que se desenvuelven en el mundo político, se les olvidó o quizás perdieron las recetas de la buena política: han perdido el rumbo, olvidaron trabajar por el país y sus habitantes, peor aún, no entienden que deben actuar como lo que son, servidores públicos. En cambio, vemos en ellos el afán de servirse del cargo y aferrarse a ellos como garrapatas, es decir, olvidaron los ingredientes de la buena política pero quieren seguir comiendo el pan que les proporciona.

¡La democracia está en jaque!  Y uno de los elementos que está fallando en este juego es la Buena Política. Uno de los ingredientes que requiere esta receta, es la virtud de nuestros políticos, de aquellos que solían denominarse “servidores públicos”, que se caracterizaban por ser seres virtuosos, capaces de superar sus intereses personales para trabajar por el Bien Común. Eso, es lo que la mantiene vigorosa la receta, es como la levadura, lo que permite agrandar la Democracia. Lamentablemente, precisamente este ingrediente es lo que menos se aprecia en nuestro medio, la virtud, en general, de muchos de nuestros políticos. Todos estos “representantes del pueblo“ colman sus dichos con la idea de terminar con las injusticias y la desigualdad. Sin embargo, a “la gente” o a sus “representados” nos cuesta en dinero más de 30 veces lo que perciben como ingreso mínimo casi 800.000 trabajadores en Chile. Nuestros representantes, nuestros políticos, han empujado sus ingresos y asignaciones hasta el alto punto en que están. Entonces, es propio que nos preguntemos ¿cuántos de ellos ganaban la mitad o el 20% solo de la dieta mensual?

¡Señores! “¡tá mal pelao el Chancho!” … trabajan poco, piensan menos, no se les descuenta por llegar tarde, no se les exige rendimiento, ni se les paga por productividad,  y, al parecer, no les importan sus representados ni los intereses de estos. El poco trabajo que hacen, lo realizan sus asesores y, en la mayoría de los casos, dejando mucho que desear. No obstante, una y otra vez, pagamos las consecuencias de estos nefastos, los pelmazos que los elegimos. Basta, en Chile sobrarían 40 diputados y si es que mantenemos el Senado con 16 sobrarían también, desde luego, con dietas y asignaciones acordes con el nivel de ingresos y necesidades de la comunidad representada.

Así las cosas, observamos que la receta empleada por algunos sectores les lleva a trabajar desesperadamente por fabricar pobreza para sobrevivir políticamente; otros se esfuerzan en destruir la organización política para figurar como “los eventuales restauradores”; algunos traen al presente discursos trasnochados de odio que bien pueden llevarnos a enfrentamientos entre nacionales o a una eventual revolución molecular o no. En ambos casos, con perniciosas consecuencias. También, hay quienes creen que todo está perfecto y que entregando más bonos se arreglará el problema (en este caso la receta sería: más pan para el mismo circo); ahora bien, tenemos a otros que perfectamente podrían integrar la famosa “Corte de los Milagros” y otros estarían en un nosocomio.

Continuando el deprimente muestreo político, debemos observar a personajillos de la calaña del Sr. Messina (no + AFP), quien se atreve a proponer que, ganando el apruebo, el pueblo podría perfectamente asumirse como constituyente y terminar con el Congreso, gobierno, etc … Se cuida de no mencionar el vocablo revolución. Eso, estimados lectores, es un llamado directo a una revolución anarquista, empero, el costo en vidas humanas que acarrearía no le importan porque de seguro tomaría distancia para observar el resultado, y luego, muy probablemente dirá con todo desparpajo y descaro: “son los costos necesarios y se entregó la masa de sacrificio”.

Todo lo descrito es una simplificación de lo que estamos viviendo y presenciando diariamente en nuestro amado país. Mi gran preocupación es observar la pasividad, indiferencia y negacionismo de lo malo que mantiene pasmada a la mayoría de los habitantes de nuestra hermosa patria. No podemos dejar en manos de estos individuos innombrables que pretenden convertir una sociedad organizada en un caos completo. Paradojalmente, hacen esto como si no les fuera a tocar en lo más íntimo, o en sus personas o en las de sus seres queridos. ¿Será cobardía, comodidad, egoísmo, estupidez o una amalgama de las anteriores?.

Pues bien, comenzamos a avizorar lo que realmente ocurre en este merengue que la oligarquía política ha armado:

En primer lugar: Los partidos políticos, fruto de su nefasto desempeño, mantienen un nivel de inscripción en los mismos que, porcentualmente, constituyen una muy pequeña parte del electorado. Junto a lo anterior, la participación dentro de ellos es mínima (siempre son los mismos en la cúpula y en los distritos). Peor que lo anterior, es observar que en las estructuras partidarias se ejercita poco la democracia.

En segundo lugar: Pese a lo anterior, tienen el control del desarrollo político y negocian entre ellos toda suerte de engaños, triquiñuelas y cambullones. Así, el fatal día en que estos patibularios firmaron el acuerdo para conducirnos, a la fuerza, a este fatídico y carísimo plebiscito, encontramos a 4 gatos mal agestados y trasnochados, felices de la vida por el tremendo “logro” alcanzado. Si nos preguntamos ¿quiénes lo alcanzaron?, debemos por fuerza reconocer que fueron parte de las cúpulas partidistas las que lo acordaron

En tercer lugar: Apreciamos las rimbombantes declaraciones de los “líderes políticos” sacando cuentas alegres del dinero fiscal que percibirán en los procesos electorales venideros y, en especial, el plebiscito.

Cuarto: Un Gobierno vacío de autoridad, un Presidente de la República incapaz, irresoluto, con su mirada perdida y, al parecer, con las ideas en la luna.

A modo de conclusión parcial, qué duda cabe de que ell sistema de gobierno que establece nuestra actual Carta Magna funciona y, lo hace pese a todo lo errores, malas intenciones, ineptitudes y latrocinios de la clase política. Lo que ha fallado no son las normas sino que la falta de voluntad política de cumplirlas y de hacerlas cumplir.

Hemos caído en una trampa perfecta: al principio elegimos incapaces, les pagamos y luego nos olvidan o simplemente nos traicionan. Después los reelegimos, les seguimos pagando y ahora financiamos sus campañas electorales. Con un manifiesto desempeño, menos que regular y de hacer cumplir las normas, comienzan a horadar el sistema y cuentan con el apoyo de los partidos. Luego, por tercera vez, son elegidos por el “pueblo”, pero esta vez  con abstenciones superiores al 50% del electorado, hecho que se ha venido repitiendo desde los años 90. El cuarto palito de la trampa, es la modificación del sistema electoral que dijeron lo perfeccionaría, pero, el resultado está a la vista, incorporaron al Congreso Nacional, personas que estarían bien situadas, como señalamos más arriba, en la Corte de los Milagros. Por último, y atendiendo a lo recién descrito, se han empeñado en importar electores y en darle derecho a voto a extranjeros que no aportan al país, que no miran por el Bien Común de Chile, ni tampoco comparten nuestro idioma, historia y cultura, sólo interesa e importa a los tramposos, lo que precisan, esto es, electores nuevos y comprometidos que les apoyen.

Queridos lectores, los recién nominados Tramposos, faltan a la verdad fría y descaradamente, en especial cuando dicen que respecto de la Constitución del 80 existe falta de legitimidad. Baste recordar que se realizó un plebiscito, en el cual partcipó gran parte del electorado, que la oposición de la época llamó a votar también y que su aprobación fue mayoritaria. Luego, en democracia, durante el gobierno del ex Presidente Ricardo Lagos, integrante del partido PPD, por lo que nadie puede decir un Presidente de “derecha”, se efectuaron grandes reformas a la Constitución a la que ésta misma eminencia se refirió como “… la Constitución Democrática de Chile …. ”(noticia de emol año 2005). Por el contrario, y respecto del actual plebiscito podemos acusar ilegitimidad a toda prueba, por al menos lo siguiente:

Uno: El famoso acuerdo por el que nos imponen el plebiscito, fue alcanzado por una parte de la dirigencia de los partidos políticos y, como dijimos, constituyen un mínimo porcentaje de estos, que sin embargo los lideran pero, representan muchísimo menos porcentaje del electorado nacional. Léase bien, lo acuerdan sin representación nacional alguna.

Dos: Quienes toman el “acuerdo constituyente” no tienen mandato de sus electores para tomar tal decisión y su cargo tampoco les entrega tales facultades. Con ello, el principio de legalidad estatuido en la Constitución es pasado a llevar y desoído. Por lo dicho, concurren al acuerdo sin facultades de sus mandantes.

Tres: Justifican el actuar argumentando la paz social, que no se alcanzó, en otros términos, la violencia terrorista planificada y desatada que experimentamos, que fue pausada por la pandemia, fue el catalizador del funesto acuerdo que nos tiene enfrascados en un espacio de inseguridad e incertidumbre perjudicial para el bienestar de nuestra población. Por tanto, el acuerdo se toma bajo coacción.

                Para terminar, insisto en calificar al plebiscito de: espurio, injustificado, ilegal, inconstitucional, ilegítimo, inútil y carísimo.

YO VOTO RECHAZO     ¡VIVA CHILE!

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