Osvaldo Rivera Riffo

 

Se hace necesario abordar con claridad el fenómeno político que cruza el universo nacional.


Desde ya no deja de ser interesante observar como un fenómeno absolutamente natural y de ocurrencia sistemática, debido al movimiento de los astros, cause tal expectación mediática al punto que los canales de televisión transmitieron durante 10 horas y los medios escritos con grandes titulares destacaron el eclipse, dedicándole paginas completas en su edición del día siguiente.

No leí en ninguno que al menos, a manera de aporte cultural, informara que fue justamente un fenómeno de esta naturaleza el que permitió, hace 100 años, comprobar la teoría de la relatividad de Albert Einstein y transformar a este científico en el hombre que cambió los criterios de la física moderna, al indicar que la luz también tenía peso.

En fin, así estamos con la inmediatez, el marketing y el show business.

Como el próximo año asistiremos a otro evento similar, el show debe continuar y esta vez desde la Araucanía. Ojalá se cumplan los augurios que al respecto, ancestralmente las Machis pronosticaban “muerte del líder o fin de la tristeza” entre otras cosas. Eclipse significa “abandono “y es de esperar que el terrorismo y la falta de estado de derecho se acaben con este fenómeno de pérdida de la luz por unos momentos.

Un medio tituló “Eclipse total asombra y une a los chilenos” ¿Será fatalidad u otra misteriosa causal el que no existan otros motivos más relevantes que permitan analizar con tranquilidad, responsabilidad y cordura la realidad nacional?

Bastaría con que cada chileno, medianamente educado, recuerde lo que aprendió en el colegio, u otros lean en google acerca de estos fenómenos y lograrían una amplia información.

Así las cosas los problemas de fondo pasan colados, como la ley que se tramita en el parlamento y que permitirá quitarles a los padres la Patria Potestad abandonando a los hijos a merced del Estado.

El problema de fondo no es sólo una consideración política, es un elemento más para un cambio en los paradigmas de nuestra sociedad, la cual está fuertemente encadenada y secuestrada por la izquierda, queriéndonos imponer los nuevos esquemas estructurados por el marxismo: “el marxismo cultural”, luego del estrepitoso fracaso de sus experiencias de gobiernos totalitarios en todo el orbe.

Lo asombroso es que la llamada centro derecha ha sido cómplice por omisión, ignorancia o temor, de esta ruta que sigue Chile. Por un lado gobierna con las ideas de la izquierda y por otro, para no dejar ver su ignorancia, aplaude todos los nuevos conceptos acuñados por la febril creatividad marxista: feminismo, inclusión, colonialidad de género, diversidad, igualdad, padres homoparentales, deconstructo social, y muchos otros orientados a establecer un nuevo modelo sustentado en la destrucción y/o perversión total de todas las instituciones de nuestra sociedad actual.

Pues bien, el Marxismo cultural es precisamente esto y es la transmutación que las consideraciones creadas por Marx han experimentado desde la Tercera internacional comunista en el año 1923 hasta nuestros días. Cinco veces han mutado los comunistas en su estrategia, desde la revolución bolchevique a los Frentes Populares, a la guerra civil, a la guerra de guerrilla, a Gramsci y ahora a Thomson -padre del “marxismo cultural”- el cual modifica los conceptos de la lucha de clase y antepone las concepciones culturales de la clase proletaria: “la conciencia, en vez de estar afectada por los asuntos económicos como lo planteaba Marx, está también afectada por problemas religiosos y culturales”

Este énfasis sobre el papel de las ideas o moralidad popular es lo que se ha dado en llamar marxismo cultural: “la conciencia de clase o la manera en la que se gestionan estas experiencias en términos culturales, encarnados en tradiciones, sistema de valores, ideas y formas institucionales.”

Este planteamiento encierra, sin duda, la pérdida de un debate racional sobre diversos aspectos de la sociedad, tales como justicia o instituciones, llevando los conceptos a expresiones externas y extremas, conformando una visión del mundo que desplaza al racionalismo moderno, ya que no tolera juicios de valor disidentes. El “marxismo cultural” considera la disidencia como una provocación insolente, una atrocidad mortal para los sentimientos propios, generando largos conflictos de intolerancia que culminan inevitablemente en violencia o en sumisión.

Si el lector necesita que sea más claro, explico de otro modo:

La oposición violenta a las ideas disidentes, las que se pueden observar en las Universidades, medios de comunicación, acción y dichos parlamentarios, los cuales actúan sobre personas o grupos políticamente incorrectos para ellos, deriva en una consideración gravísima para nuestra convivencia social, ya que la intolerancia violenta hacia alguien con otra “conciencia” pasa a ser permisible éticamente.

Esta realidad comenzó hace bastantes décadas haciéndose patente en Chile a partir de los años 60 (toma y expulsión del rector de la Universidad Católica).

Este fue el gran peligro ideológico que advirtieron reiteradamente el Presidente Pinochet y el Almirante Merino. Ellos estudiaron y comprendieron el accionar de esta perversa doctrina y tomaron las medidas de resguardo en nuestra institucionalidad. Pero los cobardes de siempre nunca le dieron importancia y concurrieron en el plebiscito de 1989, incluso a eliminar el Artículo Octavo de la Constitución Política de la República de Chile de 1980.

¡Pinochet y Merino, una vez más tuvieron razón!!!

 

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