7 DE ENERO DE 2024
Hermógenes Pérez de Arce
Gonzalo Vial escribía en La Segunda de 5 de julio de 2005 que el matrimonio Luchsinger Mackay había sido atacado más de veinte veces en su fundo Santa Margarita. Pero no había recibido protección policial alguna.
En un país civilizado los delincuentes habrían sido encarcelados. En Chile no les pasó nada.
Al contrario: más de siete años después terminaron quemando al matrimonio Luchsinger Mackay dentro de su casa.
Epílogo: en estos días el único convicto por ese crimen, habiendo numerosos autores más que escaparon de toda persecución, goza de libertad condicional. El sistema ha sido benévolo con él.
Por contraste, en el colmo de la iniquidad judicial, la Corte Suprema ha condenado a veinte años de presidio a varios militares inocentes. Dice que fueron autores de dos homicidios calificados, en un caso consumado y en el otro frustrado, de subversivos accidentalmente quemados por los artefactos que ellos mismos llevaban para quemar a otros durante una "protesta" de 1986.
Está probado que las quemaduras de los subversivos fueron accidentales. Las provocó el tropezón de un conscripto, Leonardo Riquelme Alarcón, con un recipiente de los que llevaban los subversivos. Está confeso de ello.
Pero la Corte condena a veinte años, como autores de homicidio calificado, a oficiales que no tuvieron nada qué ver con el tropezón accidental. Es que estamos en Chile, donde la institución a que pertenecen los uniformados injustamente condenados no los defiende, sino que mira para otro lado.
Y el fisco paga centenares de millones de indemnización por haber impedido sus agentes que los subversivos quemaran a pasajeros de vehículos en 1986.
¿Está loco el país? No. Sólo está lleno de jueces venales y militares que abandonan a sus "caídos tras las líneas enemigas", que son las de la subversión de izquierda, sus jueces y sus funcionarios.
¿Cómo puede castigarse en una forma tan ilícita a quienes en 1986 prestaron un servicio de protección a la ciudadanía civil?
Porque éste es un país en que han dejado de imperar los valores tradicionales, la moral, la ley, el sentido común y la justicia.
Los peores se aprovechan de eso y además lucran. Los que no son peores, que tampoco son los mejores, sino sólo cobardes e indiferentes, prefieren mirar para otro lado. Porque "mejores", realmente "mejores", parece que ya no hay.
Fuente: http://blogdehermogenes.blogspot.com/
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