Osvaldo Rivera Riffo
Presidente Fundación Voz Nacional


En las conversaciones que hoy se realizan por las redes sociales, producto del encarcelamiento al que nos tienen sometidos, utilizando diversas plataformas, queda claro que hay variadas opiniones sobre el porqué de la crisis que vivimos.

Lo que más llama la atención, sin duda, es la desinformación imperante que golpea a quienes formamos parte del mundo llamado o signado como derecha.  Es tal el entramado de ideas que solo ha servido para crear un caos conceptual y, por ende, una interpretación errónea de los problemas que nos afectan en la actualidad.

Por otra parte, el otro mundo llamado o signado como izquierda, tiene características distintas, son más organizados, identifican al enemigo, poseen ideología, y tienen la preparación conceptual para debatir, utilizando una dialéctica rigurosa y bien estudiada. Al igual que sus adversarios, tampoco tiene liderazgos definidos.

La amplia literatura de la posmodernidad entrega los elementos necesarios para comprender como las izquierdas han ido evolucionando al punto que ya no son parte de la clase trabajadora, pivote de sus referencias y reivindicaciones sociales. Ese amplio sector se aburguesó y tiene otras aspiraciones. Entonces, entraron en concubinato con la economía liberal y la izquierda comenzó a no renegar del libre mercado ni del capitalismo. La izquierda se mimetiza con las variables macroeconómicas y comienza a horadar por dentro la estructura de la sociedad, naciendo así la Izquierda Liberal responsable, a partir de 1970, del comienzo de la deconstrucción a nivel mundial.

La izquierda, aprovechándose de los complejos de la mal llamada derecha, tomó como suyos los preceptos valóricos y reinventó una suerte de decálogo de derechos por sobre los deberes culpando, por cierto, a la institucionalidad patriarcal imperante. Crearon todo tipo de movimientos con un relato atractivo, rupturista, grosero que caló en un sector de los jóvenes chilenos, sintiéndose con el derecho a destruir todo para cambiarlo todo. Comunicacionalmente manejado, se vendió bien con un relato fundamentalmente emocional carente de análisis serio: ¿Cuál es la razón? Aventura, irresponsabilidad, inconsciencia, carencias afectivas, formación cultural nula, desarrollo intrafamiliar inexistente. Aprovechándose de ello, la izquierda liberal, siembra las semillas de la deconstrucción social y moral, gracias a un sistema económico que llevó a la destrucción de la familia y los preceptos de la ética clásica, donde el centro era la dignidad de la persona humana, y su participación en comunidad una virtud, pasando a centrarse en el egoísmo, en lo utilitarista y lo meramente productivo, como una apología de lo feo.

En ese escenario la derecha, carente de ideologías ya que renegó de todas ellas, sostuvo fatal y erróneamente, que la libertad se lograba solo con la capacidad de "elegir", olvidando que quienes eligen son personas con identidad, con alma trascendente y, por tanto, responsables de su devenir; además, despojando de todo contenido moral a “lo que se elige”, como si la libertad valiera tanto para hacer el bien o el mal, como para afirmar lo verdadero o lo falso.  Sin embargo, por su concepción y visión economicista, se unieron a la izquierda liberal y comenzaron a ser suyo el decálogo impuesto por éstos, que hace todo sentido con la máxima de la libertad por sobre todo y todos: desigualdad como valor, teoría de género, relativismo moral, feminismo, ambientalismo, veganismo, animalismo, multiculturalismo, libre expresión, etc. En la organización partidista y gubernamental pusieron en marcha todo lo anterior, colocando a la política al servicio de la economía y renunciando a toda suerte de defensa valórica; imperando entonces, sin tregua en todos los niveles de la organización social la famosa ley "tanto tienes, tanto vales”, creando el monstruo que hoy se comió el desarrollo material -pero carente de humanidad, identidad, y valor patrio- de los últimos 35 años.

Para nadie es un misterio que fuimos un país que alcanzó logros relevantes, pero tampoco es un misterio que generamos una sociedad vacía.

Teniendo en consideración que durante los gobiernos de la Concertación se fueron dando, sistemáticamente, los pasos necesarios para demoler el sistema, incluida la Reforma Constitucional del 2005, que con la ideología libre mercadista caímos en la lógica de extractores y consumidores, sin generar ningún valor industrial nacional, sin proteger nuestras industrias ni recursos, que los salarios fueron decreciendo en su poder adquisitivo y que el nivel de endeudamiento de la clase media sobrepasó toda prudencia y que desde el 2014,  el crecimiento del país fue disminuyendo a tal punto que no se crearon fuentes importantes de trabajo que no fueran los cargos públicos, llegó el fin de la bonanza.

Hay que tener claro que lo descrito anteriormente es producto de la izquierda liberal que ha gobernado este país por los últimos 30 años, manteniendo los preceptos de la economía social de mercado, yendo incluso más lejos del estado planificador, pensado en los principios del gobierno militar. Cual mejores amigos de los Chicago Boys o hijos de Friedman liberalizaron mucho más el sistema económico, hoy del todo neoliberal. En última instancia, fueron más derechistas que los mismos derechistas libre mercadistas, generando toda suerte de trabas tendientes a cambiar la estructura social, modificando el pilar fundamental que garantizaba el orden, la familia, la identidad nacional y un proyecto de desarrollo basado en la libertad responsable. Todo ello, acompañado y aprovechado por una derecha económica cómplice del descalabro al supeditar los principios y valores de la persona a las reglas del mercado. Con ello se perdieron las concepciónes históricas de la identidad occidental, se le ha restado toda importancia al concepto de nación, patria y soberanía y, por cierto, a un proyecto de sociedad donde la cultura fuese el motor de toda manifestación social, laboral y moral.

Entonces, hoy vienen las recriminaciones y como hay claras responsabilidades, nada mejor que echar mano a lo que tienen más cercano en el recuerdo: el socialismo marxista de los 60/70, embetunado con Chávez, Maduro u Ortega quienes, bajo las instrucciones de los Castro, han querido imponer en América Latina un modelo que se derrumbó con la caída del muro de Berlin y el desplome de la URSS. Ideas que hoy los esbirros del narco-socialismo difunden a través del organismo creado para sus fines: el Foro de Sao Pablo, ahora Puebla, donde el posmodernismo echó raíces hasta la llegada de Bolsonaro al poder en Brasil. Como Chile siempre fue el objetivo, había que destruir su institucionalidad y con ello asestar el golpe mortal definitivo al referente mas relevante de América. Para ello se prestó el gobierno, la izquierda y la derecha.

En este escenario no hay que olvidar la existencia del Partido Comunista que, hoy como ayer, se lamenta como llorona griega, añorando la revolución bolchevique, creando organismos de fachada por doquier para presionar e imponerse. Pero, la verdad es que democráticamente no representan más del 4 o 5 % del electorado e históricamente siempre ha sido así. Hoy levantan a Jadue tal como ayer lo hicieron con el cura Pizarro, la Marín o Neruda, estrategia para presionar e influir, tanto por su capacidad de movilización y de control de los medios de comunicación como de su influencia en la justicia. Todo esto, permitido por una derecha cómplice que en su mejor momento de éxito económico llegó a sostener que las ideologías habían muerto y que era otro el estilo de hacer política.

Quedan muchos viudos que cual mantra rezan los dones de un modelo que definitivamente se liberalizó a tal extremo que perdió su identidad original, plasmada en la Declaración de Principios del Gobierno Militar, que tenía la virtud de mirar a Chile desde una lógica futura, integral, nacional y segura para el individuo, muy ajena al monstruo de varias cabezas, llamado globalismo, que hoy provoca las causas de nuestro problema y lo será con mayor razón mañana. En definitiva, el germen de la destrucción nacional ha sido originado por los insensatos que han predicado contra el poder del estado, que han pedido que sea pequeño, que no se meta en los temas de la economía y el libre mercado, que no opine, que solo garantice cosas muy básicas, como la seguridad, para que los mercaderes, viejos testamentarios hagan de las suyas, a costa de matar lo más nuestro, el sentido de pertenencia, identidad y nación.

Por eso el Rechazo es nuestra opción para mantener el orden institucional, garantizar la no intromisión de agentes externos que obedezcan a intereses diferentes del bien común nacional. El Rechazo se debe convertir en una propuesta republicana de cambios que obedezcan a la necesidad de convertir a Chile en una gran nación soberana, despojada de ideologías internacionalistas, libre mercadistas a ultranza y en última instancia globalistas, al servicio del nuevo orden mundial, que no respeta lo que somos ni lo que queremos ser.  El Rechazo es la manera de poner a la persona humana y a la familia como primera opción en la sociedad, en el lugar ontológico que les corresponde, entendiendo así que somos seres comunitarios en tanto somos y nos debemos a la identidad comunitaria, proyectada en el estado nación.

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