Osvaldo Rivera Riffo
Presidente Fundación Voz Nacional


La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra podemos morir una vez; en política, muchas veces”. 
Winston Churchill


 A lo largo de la historia muchas conversaciones, reuniones, pactos y acuerdos se han realizado para alcanzar un propósito definido. Siempre queda la duda o pregunta ¿qué ganaron y qué perdieron las partes conversantes? ¿Qué cedieron unos en beneficio de los otros y viceversa?

Actualmente el sistema político chileno distingue tres bloques definidos: La izquierda, el Centro y la Derecha los cuales, de acuerdo a la Ley Orgánica Constitucional de 1987, se organizan y representan en partidos políticos, todo lo cual está garantizado por la Constitución de 1980.

En este contexto existen 25 partidos constituidos de los cuales 17 tienen representación parlamentaria. A ello habría que agregar 9 en trámite y 8 en formación conformando, así, la radiografía actual de la enfermedad política que cruza la nación. 

De materializarse toda esta variopinta expresión de intereses políticos serían 42 partidos los que participarían en la lucha por controlar el poder político nacional.

Muy lejos del sueño de ordenarlos políticamente en grandes conglomerados con principios e ideas de modelos de sociedad a construir para provocar una eficiente participación ciudadana, dando su respaldo a estructuras de desarrollo cultural moral, económico y social coherente con la identidad que nos caracteriza como nación y que se hace necesario defender para conservar la identidad nacional.

¿Cuál de estas instancias políticas mejor representa dicho ideario?

¡¡Al parecer, ninguna!!

Todos, los 17 partidos con representación parlamentaria han dado un espectáculo público y privado digno de un análisis psicológico profundo donde el objetivo no ha sido el interés nacional ni mucho menos el respeto a los intereses de quienes los eligieron. Sus acciones, materializadas en pactos o acuerdos, han carecido de la convicción moral necesaria, han estado exentos de principios y, lo que es peor, han perdido la credibilidad y la fe pública porque han faltado a la verdad como raíz fundamental del bien.

Así se han organizado los políticos de todos los sectores entre ellos y con todos ellos.

Su finalidad, controlar el poder o al menos acarrear agua a su molino personal para cosechar desde esa estrategia los votos necesarios para mantenerse en el entorno del poder desde donde influyen y, por cierto, viven privilegiadamente a niveles mil veces superiores a otros parlamentos del mundo entero, a costa de todos los chilenos.

Pero lo que es peor es la descripción tan bien planteada en la columna del diario Estrategia por el exrector de la Universidad de Chile don Luis Riveros. Ahonda con claridad en lo que él llama el travestismo político, donde ya no importa renegar de convicciones, principios o ideas, con tal de mejorar el ranking electoral. En esta clasificación hay varios, a los que su travestismo populista los lleva incluso a negar su historia y su propia identidad.

Esos partidos que tienen en sus filas personajes de esta calaña intelectual no tienen destino y es necesario, por la misma razón, darle vuelta la espalda no solo a la colectividad sino a todos aquellos que públicamente, desde las distintas instancias que la representan, han sido cómplices o tapaderos del travestismo que sume al país en la confusión y el desconcierto, por mucho que hoy algunos rasguen vestiduras cual sepulcros blanqueados.  

Este abuso comunicacional es la característica demostrada en 30 años de ejercicio político, donde cual más cual menos han convivido con la mentira y el engaño para conservar sus privilegios y de ello ninguno se escapa.

Ante este panorama, se hace necesaria una renovación completa de los cuadros políticos para lo cual es necesario la formulación de un ideario nacional coherente con nuestra identidad, con sólidas raíces intelectuales y conformada por personas que surjan no de los rincones ocultos de los partidos políticos y mucho menos de matinales televisivos, sino del alma nacional; aquellos que de verdad tengan el coraje de decirse patriotas. No de esos que levantan la bandera nacional como símbolo sin saber y creer lo que ella simboliza.

Todo lo anterior viene al caso para intentar comprender que hay detrás de las ideas de pactos o alianzas entre entidades disímiles o pares a menos que, como siempre, la disimilitud haya sido solo un engaño estratégico. 

La pregunta de fondo es porque un país consciente de su historia trágica en su desempeño democrático ha permitido cuanto experimento político posible tenga lugar y, con ello, correr el riesgo de destruir nuevamente la convivencia nacional cuyo resultado será liquidar todo intento de desarrollo, seguridad y orden como nación. Así quedó demostrado a partir del 18 de octubre pasado en que todos los sectores políticos guardaron silencio y luego, superados por las circunstancias, aprovechándose de ellas, presionaron para finalmente ponerse de acuerdo en un tema que no estaba en la agenda gubernamental ni era motivo del descontento social. 

Una historia en capítulos que todavía no termina de escribirse y que seguramente alcanzará la categoría de tragedia; donde la desolación, la carencia de convicciones, la falta de liderazgos y las conveniencias políticas equivocadas nos conducirán a un futuro incierto y duro, pagando las consecuencias por la irresponsable actitud de no conocer la verdad de nuestra realidad y vivir sumergidos en una ceguera incomprensible.

Los responsables de aprovecharse de estas debilidades inducidas, mal educados, mal informados, tratados como elementos útiles del sistema, por cierto, que serán los políticos de toda especie, de todas las trincheras, ya sea legislativa o ejecutiva, partidista o independiente. Todos, sin piedad, son responsables. 

Entonces para qué son los pactos o alianzas si no es para intentar conseguir solo lo que les interesa, número de parlamentarios, alcaldes, concejales; para controlar el poder y seguir con más de lo mismo.

¿No les parece increíble que no aprendiéramos nada de la experiencia vivida y nos aferremos a las mismas tablas podridas de una barca naufragada llamada democracia?

Ud., tiene la única opción de no perecer en este naufragio, vote Rechazo y salve a Chile 

"Lo relevante de la mentira no es nunca su contenido sino la intencionalidad del que miente"
Jaques Derrida

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