miércoles, 19 de septiembre de 2018

 

 

 
Combato en el frente de las ideas y, dentro de éste, en el de la historia chilena reciente. Mis armas son principalmente dos: capacidad de pensar por mi cuenta y haber vivido personalmente la segunda mitad del siglo XX y el inicio del XXI chilenos sumido en el quehacer informativo y dedicado al análisis de la actualidad nacional.
 
En esas condiciones he soportado este año, uno más, la tradicional y crucial semana nacional que va del 11 al 18 de septiembre. He leído las variadas opiniones vertidas por gobernantes, políticos, editorialistas, columnistas, tuiteros y opinólogos de diferentes tendencias, en la prensa y medios electrónicos.
 
Para resumir mi opinión resultante lo más adecuado me resulta citar dos frases de personajes históricos: “mentid, mentid, que algo queda”, del filósofo francés del cinismo, Voltaire; y “una mentira mil veces repetida pasa a ser verdad”, del ministro de Propaganda nazi Josef Goebbels, no menos cínico. Ambas inspiradas en el más frío pragmatismo y, aunque se refieren a la mentira, estrictamente apegadas a la realidad.
 
A diferencia de años anteriores, en éste vivi esa particular semana tras haber digerido un centenar de libros y haber vaciado el fruto de esa lectura en uno de mi autoría: “Historia de la Revolución Militar Chilena 1973-1990”. Sometí sus originales a tres potenciales editores: la Academia de Historia Militar, la Editorial de “El Mercurio” y la Empresa Editora Zig Zag. A la primera, porque considero que la obra más significativa del Ejército de Chile en toda su historia ha sido su participación en el rescate del país, en 1973, de un fatal destino totalitario; y su papel en la subsiguiente reconstrucción, ampliamente positiva, de la política, la economía y la estructura social. 
 
A la Editorial “El Mercurio” se lo sometí por haber ella antes editado, bajo el sello “El Mercurio-Aguilar”, mis previas obras más leídas entre 2005 y 2008. Y a Zig Zag, por su prestigio en el rubro y haber también editado, en 1987, otro libro mío que resultó de exitosa venta y premonitorio, “Sí o No”. También intenté ofrecer la obra a la Fundación Jaime Guzmán, por suponerle afinidad con mis puntos de vista, pero su director ni siquiera me devolvió el llamado. 
 
La Academia de Guerra del Ejército se abstuvo de editar la obra porque, me explicó, ésta “se aleja de la orientación editorial de esta corporación”. La casa editora de “El Mercurio” también se abstuvo, dándome a entender su temor a que los puntos de vista sustentados en la obra pudieran confundirse con los del diario. En Zig Zag hubo un amplio debate interno, que terminó en la decisión de tampoco editar mi libro, pero un alto ejecutivo suyo me dio su opinión en el sentido de que yo debería publicarlo de todas maneras, cosa que hice a través de un sello propio.  La distribución quedó a cargo de Zig Zag. No hubo lanzamiento público ni promoción publicitaria, pero el anterior director de “El Mercurio”, Cristián Zegers, dispuso la publicación en su diario de una crónica favorable al libro, que apareció un día viernes, lo que acarreó que, en la semana siguiente, estuviera en el quinto lugar entre los más vendidos de “no ficción”. Eso no volvió a suceder y nunca más ningún medio publicó nada, pero debí hacer una segunda edición de mil ejemplares, por agotamiento de la primera. La única otra mención a mi libro en algún medio fue la que yo mismo hice en un programa de opinión de Radio Agricultura.
 
Ese texto de 640 páginas desvirtúa la especie de que el Gobierno Militar haya sido un régimen dedicado a “la tortura, a hacer desaparecer personas y a violar los derechos humanos”, que es como lo ha calificado la casi unanimidad de los opinantes en esta semana del 11 al 18 de septiembre, encabezados por el Presidente de la República, cuyas palabras textuales fueron: “nada, ninguna circunstancia o contexto justifica las graves, crueles, sistemáticas e inaceptables violaciones a los Derechos Humanos ocurridas durante el Régimen Militar”. Cuatro sinónimos, en lugar de los tres habituales, no obstante lo cual nada de lo que afirmó es verdad, porque el régimen así calumniado por él dedicó sus mayores energías, y desde sus primeros tiempos, a defenderse de esa imputación, que fue enarbolada como consigna en su contra, en el ámbito mundial, por el KGB soviético. Y eso teniendo en cuenta que simultáneamente Chile debía defenderse de un terrorismo activo y sangriento, patrocinado y financiado desde el exterior, en medio de la incomprensión de las potencias occidentales que, inverosímilmente, se hicieron cómplices de la campaña soviética y llegaron a extremos como los representados por la “enmienda Kennedy” o el embargo británico de motores aéreos Hawker Hunter enviados para su reparación allá, en momentos de desafíos críticos contra  la soberanía nacional. 
 
“Torturas, miles de desaparecidos, ejecutados políticos” es la consigna prevaleciente entre estos 11 y 18 y recitada en coro como un mantra. Mentira. Pues el régimen militar, desafiado por veinte mil terroristas, fue el primero bajo el cual, después de los de Frei Montalva y Allende, algunas denuncias por torturas tuvieron sanción judicial. Aquellos dos gobiernos anteriores también fueron acusados de torturar a opositores políticos (pese a que el terrorismo bajo ellos eran insignificante, en el caso de Frei, y amparado por el régimen, en el de Allende, que sí torturó a meros opositores, como los que fueron después diputados Errázuriz y Ossa) y nunca hubo sanción judicial.
 
Y los “miles de desaparecidos” no fueron tales. Los restos de personas sin identificar y aquellos cuyo destino se conoce (1.108) son más que la cifra oficial de desaparecidos (1.102). Pero es un tema que se mantiene por razones políticas y el cual nadie quiere investigar. Evidencia de eso estalló el 8 de julio último, cuando “La Tercera” reveló que la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos mantiene bolsas con restos óseos en su sede. Siguen sin identificarse después de 28 años. Los demás medios no se hicieron eco de ese verdadero escándalo.
 
Y los “ejecutados políticos” son la denominación que se da a los caídos a manos de militares en la lucha contra un terrorismo que era implacable y cuyos sangrientos crímenes y atentados son silenciados, aparte de haber sido ya sus autores indultados e “indemnizados”, por contraste con el mayor escándalo nacional contemporáneo: la ilegalidad de los juicios contra militares retirados que combatieron a ese terrorismo. Éstos son unánimemente vilipendiados, por contraste con la ausencia de reacción escandalizada frente a la crónica publicación de muertes, a manos de norteamericanos e israelíes, de cabecillas o guerrilleros de Al Fatah o Al Qaeda, aunque en algunos casos  estas represalias antiterroristas sacrifiquen además a decenas de víctimas inocentes de los respectivos bombardeos.

Es que en Chile, entre el 11 y el 18 de septiembre, ya se ha hecho un hábito el clima de consignas recitadas en coro y la ominosa, imperdonable y escandalosa (tres sinónimos) ausencia de toda verdad.
 
 
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