Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


Debo confesar que tenía mis reparos en el tema que quería abordar. Es tan desilusionante el panorama político, social y económico del país que no encontraba inspiración alguna.

Escuchaba la ópera cómica del checo Bedrich Smetana titulada “la novia vendida” cuando reparé en que este podría ser el título para nuevamente hablar de cultura. Este gran tema es como la novia vendida, que es ofrecida solo por interés.

Desde hace muchos años que he venido insistiendo en la necesidad de comprender a cabalidad el significado que encierra la cultura, sin embargo este intento como el de otros muchos hombres amantes de las humanidades caen en un pozo ciego de confusión.

Si tan solo los políticos del siglo XX y con mayor razón los del siglo XXI hubiesen dado atención a la lectura de la gran obra de Oswald Spengler comprenderían el porqué de su título “La decadencia de Occidente” y como se fue planteando ese isomorfismo entre diferentes idiomas, culturas y religiones de diferentes países del oeste del mundo, dando origen así a la Cultura Occidental, con base de origen en el antiguo Egipto, en los Sumerios y con la importante influencia de la cultura Greco-romana. Fueron extensos territorios que con sus culturas originarias conformaron el Imperio Romano, el cual fue vinculándose con la tradición bíblica y cristiana.

Así entonces, se debe entender que la Cultura Occidental basa su filosofía en la herencia de la antigua Grecia, su jurisprudencia en el Derecho del Imperio Romano, su teología en la tradición judeo-cristiana y su inspiración y concepción artística está radicada en el Renacimiento Europeo. Y el pensamiento sociológico se encuentra afirmado en la Ilustración francesa. ¡De ello estamos hechos!

Las naciones occidentales comparten características comunes entre sí, de acuerdo a la importancia que adquiere su herencia política y filosófica, así como también a su específico proceso de formación, destacándose conceptos como los siguientes:

  • Separación entre Estado y Religión: la religión desde el fin de la Edad Media fue paulatinamente desplazada del poder político y pasó a ser un asunto personal que ninguna vinculación tiene frente a las leyes.
  • El Imperio de la ley: todo occidente se construyó a partir de la noción Romana del respeto a la ley. Donde existe un conjunto de reglas a las que todo ciudadano acuerda someterse y que regulan la vida cotidiana.
  • El Estado de Derecho: es el ejercicio de la ciudadanía en la construcción de una sociedad en que todos los ciudadanos sean iguales ante la ley y deban responder a las mismas sanciones y gozar de los mismos derechos sin distinción.
  • La sociedad sustentada en principios económicos que favorecen el desarrollo, la libre competencia y el emprendimiento A pesar qué hay naciones que han intentado contravenir estos elementos capitalistas, todas se ordenan en torno a la producción y satisfacción de necesidades a través del capital. El punto central de esta materia está en las reglas del consumo haciendo que el hombre dependa de factores que nada tienen que ver con el bien común sino más bien exacerbando conductas nihilistas, ególatras, egoístas y ambiciosas, que rompen el sano equilibrio valórico que hace al hombre persona trascendente, con esa pérdida de los valores que la izquierda aprovecha de impulsar con sus planteamientos deconstructivistas, dando lugar al Posmodernismo imperante.

Mucho se ha hablado de la decadencia de la cultura de occidente, sobre todo luego de las dos trágicas guerras mundiales que caracterizaron al siglo XX, conduciendo a cambios geográficos y de dominación ideológica que causaron traumas y sin duda a una especie de callejón sin salida en materia espiritual y filosófica.

A pesar de estas tragedias, las diferencias filosóficas, políticas y étnicas entre occidente y oriente se remontan a tiempos milenarios.

Los griegos eran constantemente invadidos por el imperio persa y sus guerras y batallas con sus estrategias ofensivas o defensivas forman parte de la historia militar, como también de grandes obras literarias, muchas de las cuales se han llevado a distintos géneros del arte plástico o escénico conformando un conocimiento valioso para comprender nuestros orígenes. Sin duda que de Oriente también hemos recibido importantes influencias, como por ejemplo las cruzadas contra los musulmanes en Tierra Santa, o el asedio del islam a la Europa cristiana y sin ir más lejos, en pleno siglo XX, la pugna política entre Estados Unidos y sus aliados con la Unión Soviética, como también la Liga de Naciones Árabes que han ido marcado sin duda un cambio en los paradigmas culturales de occidente, que se hace necesario volver a replantear y a poner en práctica remarcando su importancia.

Esta columna basa su cometido recordando al importante historiador y filósofo Oswald Spengler quien hace un siglo, como una profecía, publicara su obra cumbre “La Decadencia de Occidente “reconstituyendo la historia y considerando la cultura de cada pueblo, diferenciando sus ciclos y pronosticando que termina con su respectiva civilización.

El mayor esplendor de la civilización occidental es la llave que abre la puerta al declive de su cultura, y al decir de Lautaro Ríos en una importante columna publicada en el diarioconstitucional.cl hace un tiempo y de quien tomo algunos extractos, se leía:

“En una visión personal, la decadencia de occidente también está marcada por la ambición generalizada a tener más, en lugar del empeño por ser mejor”

Así pues, la verdadera protagonista de la historia -según Spengler-  es la cultura que ha desarrollado cada pueblo en los distintos lugares y épocas de la vida terrena y la decadencia de la cultura occidental está marcada por la contraposición entre la cultura que encierra las más nobles conquistas del espíritu de un pueblo, sus valores y su civilización que es el inevitable sino de toda cultura.

Dice Spengler que “civilización es el extremo y más artificioso estado al que puede llegar una especie superior de hombres. Es la coronación que subsigue a la acción creadora como lo ya creado…la vida como la muerte, a la evolución como el anquilosamiento, al campo y a la infancia de las almas… como la decrepitud espiritual y la urbe mundial, petrificada y petrificante. Es un final irrevocable, al que se llega siempre, de nuevo, con íntima necesidad”

Y agrega el autor “La urbe mundial significa el cosmopolitismo ocupando el puesto del terruño, el sentido frío de los hechos sustituyendo a la veneración de lo tradicional; significa la irreligión científica como petrificación de la anterior religión del alma. El dinero como factor abstracto inorgánico, desprovisto de toda relación con el sentido del campo fructífero y con los valores de una originaria economía de vida… En la urbe mundial (hoy llevada adelante por la globalización) no vive un pueblo sino una masa. La incomprensión de toda tradición que, al ser atacada, arrastra en su ruina a la cultura misma… la inteligencia aguda, fría, muy superior a la prudencia aldeana,  el naturalismo de sentido novísimo que saltando por encima de Sócrates y Rousseau va a enlazarse, en lo que toca a lo sexual y lo social, con los instintos y estados más primitivos, todo eso caracteriza bien, frente a la cultura definitivamente conclusa, frente a la provincia, una forma nueva, postrera y sin porvenir, pero inevitable de la existencia humana”

Como desearía que los planteamientos que hoy se esgrimen en la arena política tomarán en cuenta lo predicho por Spengler, quien fuera para historiadores chilenos como Mario Góngora fuente de inspiración y riqueza para escribir su obra más importante y polémica “Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, publicada en 1981 y donde identifica el periodo de las planificaciones globales, atribuyéndole al Estado la formación de la nación y por tanto de la identidad cultural.

Cuanta falta hace tener claridad en los conceptos y saber qué es lo que se piensa sobre el fenómeno cultural: cómo enfrentamos la historia, la filosofía, la teología, la historia del arte y con esas herramientas aferrarnos siempre a la búsqueda del bien, la verdad y la belleza.

¡Así se forma identidad como pueblo!

.