Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


A lo largo de muchas décadas algunos intelectuales chilenos han abordado con un éxito poco convincente los planteamientos del filósofo marxista italiano Antonio Gramsci

Digo con éxito poco convincente ya que faltó la constante insistencia en la advertencia del peligro de dichas ideas. Hoy han sido nuevamente puestas al tapete por el destacado filósofo francés e ideólogo de la Nueva Derecha Alain de Benoist, quien titula uno de sus últimos artículos simplemente como “Antonio Gramsci”.

Esto me ha impulsado a resumir el destacado texto del filósofo francés, para que sirva a todos quienes se integren al movimiento de resistencia, frente al peligro que encierra la nueva hegemonía que gobierna Chile desde el 11 de Marzo

Nadie escapa a la tragedia que se cierne sobre el país y todos debemos identificar cuál es el enemigo y como está actuando en la sociedad en la que estamos insertos.

Se hace urgente y necesario poder formarse mínimamente y tener con ello algunos argumentos sólidos que nos despabilen de la inconsciencia en que hemos vivido en las últimas décadas, creyendo que sólo los adoradores del mercado serían los salvadores de una sociedad libre. Sin embargo la ceguera y tozudez técnica influyó funestamente sobre todo en las jóvenes generaciones. Para muestra, basta ver el currículum de todos los descerebrados que forman parte del gabinete. Lucen radiantes con grandes pos títulos que los acreditan como intelectuales de izquierda. Herramienta que un sistema inconsciente del valor de las ideas permitió sin filtro alguno dar la posibilidad, pensando que la competencia en todo orden de la vida y fundamentalmente en la academia haría más libre la sociedad. Tan libre que hoy estamos ad portas del totalitarismo producto de la relación incestuosa del liberalismo con su padre el socialismo.

Escuchemos a De Benoist:

“Este marxista leninista (Gramsci) junto al húngaro Georg Lukács son los filósofos marxistas más independientes y destacados de la era estalinista, siendo Gramsci el teórico del poder cultural.”

En colaboración con otros destacados socialistas italianos, Gramsci lanza el semanario Ordine Nuovo. En ese momento, el mundo comunista estaba en un estado de completa agitación. A partir de 1918, ciertas corrientes se declararon a favor de un ‘apoyo crítico’ al bolchevismo ruso. Estas corrientes se negaron a aceptar la hegemonía de la Komintern (la Internacional Comunista) sin cuestionarla.

Esta posición, que posteriormente sería adoptada por numerosos movimientos de izquierda, es denunciada por Lenin en La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo.

En Italia Cramsci lidera la oposición contra el comunismo ortodoxo y sostiene que el propósito del sindicato, es uno que podría etiquetarse como comercial’: consiste en ‘mejorar el trabajo de cierta categoría de trabajadores dentro del mercado burgués’, lo cual no tiene conexión con la revolución. En cuanto a la ‘religión del partido’, que está conectada con el burocratismo y el elitismo, se expresa a través del ‘deseo de cultivar el aparato por el bien de este último’ Tanto el partido como el sindicato podrían actuar como agentes de la revolución, pero nunca podrían ser sus formas privilegiadas, que luego vendrían a fusionarse con ella, participando en todos sus congresos lanzando en uno de ellos su famosa frase “solo la verdad es revolucionaria” Hoy lo vemos en Vallejos repetir en otros términos lo mismo.

Paralelamente, elabora una teoría del ‘consejismo de fábrica’, cuya idea central establece que el proletariado debe instaurar su dictadura por medio de organismos que se crean espontáneamente en su seno. La palabra crucial aquí es ‘espontáneamente’, lo que implica un regreso al punto de partida.

Gramsci dirige así su atención a los “consejos de fábrica” en los que se supone que tiene lugar una síntesis entre la infraestructura económica y la superestructura política: durante la primera fase de la sociedad comunista, el Estado proletario global nacerá de la coalición de las fábricas y consejos rurales, dando lugar a la ‘democracia directa’. Escribe:
“Los comisionados de fábrica son los únicos verdaderos representantes sociales (económicos y políticos) de la clase obrera, ya que son elegidos por sufragio universal por todos los trabajadores, en el mismo local” ¿alguna similitud con lo que se aprueba en las comisiones de la Constituyente?

En abril y septiembre de 1920, una inmensa acción huelguística sacude el norte de Italia. Es todo un acontecimiento:
Por primera vez en la historia, el proletariado inicia una lucha por el control de la producción sin haber sido empujado a la acción ni por el hambre ni por el desempleo. (Ordine nuovo, 14 de marzo de 1921)

En Torino, Gramsci está a cargo de todos los soviets corporativos. Dice:
¡Toda fábrica es un Estado ilegal, una república proletaria que vive al día! No ven la similitud de planteamientos.

En enero de 1926, el Partido Comunista Italiano celebra un congreso en Lyon, Francia. Gramsci logra imponer sus teorías y se convierte en su secretario general. Para entonces, sin embargo, ya es demasiado tarde: aislado de sus votantes y agotado por conflictos internos, el partido es prohibido el 8 de noviembre y pasa a la clandestinidad. Gramsci es arrestado, trasladado a la isla de Utica y condenado a veinte años de prisión.

Es allí, en su celda, donde escribe sus textos más importantes: Los Cuadernos de la cárcel, divididos en treinta y tres folletos y 3000 páginas manuscritas.

Libre de las contingencias de la acción, Gramsci repiensa toda la praxis del marxismo-leninismo. En particular, reflexiona sobre el gran revés socialista de la década de 1920: ¿Cómo es posible que la conciencia de los hombres sea ‘tardía’ en comparación con lo que se espera que les dicte su situación de clase? ¿Cómo aseguran las castas dominantes “naturalmente” la obediencia de las clases dominadas? Gramsci responde a todas estas preguntas examinando más de cerca la noción de ideología y haciendo una distinción decisiva entre ‘sociedad política’ y ‘sociedad civil’.

Gramsci usa la expresión ‘sociedad civil’ (término usado por Hegel pero criticado por Marx), para designar el conjunto del sector ‘privado’, es decir, su sistema de necesidades, jurisdicción, administración y corporaciones, pero también el sector intelectual, religioso y dominios morales.

El error que habían cometido los comunistas residía en su creencia de que el Estado no era más que un simple aparato político. Sin embargo, el estado ‘también organiza el consentimiento’, lo que significa que maneja las cosas por medio de una ideología implícita, que se basa en valores propugnados por la mayoría de los miembros de la sociedad. Este aparato ‘civil’ comprende cultura, ideas, hábitos y tradiciones, extendiéndose hasta el ‘sentido común’. ¿Han entendido en lo que estamos metidos?

En otras palabras, el Estado no es un mero aparato de coerción. Junto a la dominación directa y la autoridad que ejerce a través del poder político, también se beneficia de la ‘hegemonía’ ideológica y de la adhesión mental de las personas a una cosmovisión que la consolida y justifica, ambas derivadas de sus actividades de poder cultural. Declaraciones de Izkia pidiendo a la prensa informar lo que quiere y dice el gobierno.

Distanciándose de Marx, que reducía la ‘sociedad civil’ a su sola infraestructura económica, Gramsci se da perfecta cuenta de que es dentro de esta misma sociedad civil donde se elaboran y difunden las visiones del mundo, las filosofías, las religiones y todas las actividades intelectuales y espirituales implícitas o explícitas, lo que permite la creación y perpetuación del consenso social .Reintegrando la sociedad civil al nivel de la superestructura y asociándola a la ideología, de la que en realidad depende, diferencia en adelante dos formas de superestructura en el mundo occidental: por un lado, la sociedad civil y, por otro, la sociedad política o el Estado per se.

Mientras que en Oriente el Estado lo es todo y la sociedad civil es a la vez ‘primitiva y gelatinosa’, los comunistas de Occidente deben ser conscientes del hecho de que el aspecto ‘civil’ es una adición al ‘político’. Si Lenin, que no se dio cuenta de esto, logró tomar el poder, es porque en Rusia la sociedad civil era inexistente. En las sociedades desarrolladas, no es posible reclamar el poder político sin una toma previa del poder cultural:
La toma del poder no se da únicamente a través de una insurrección política que se hace cargo del Estado sino también a través de una larga actividad ideológica dentro de la sociedad civil que permite sentar las bases necesarias.

El ‘cambio al socialismo’ no se canaliza a través de un golpe de Estado ni de una confrontación directa, sino a través de la subversión de las mentes.

El tema central en esta guerra de posiciones es la cultura, que actúa como puesto de mando de valores e ideas.

Gramsci rechaza así simultáneamente el leninismo tradicional, la teoría del enfrentamiento revolucionario, el revisionismo estalinista, la estrategia del Frente Popular. Tanto en lugar del ‘trabajo de partido’ como en paralelo, sugiere reemplazar la ‘hegemonía burguesa’ por la ‘hegemonía proletaria cultural’, justo en las narices de las autoridades establecidas. Superada por valores que ya no le son propios, la sociedad existente será entonces sacudida en sus mismos cimientos y solo habrá que explotar la situación en el campo político.

De ahí el papel asignado a los intelectuales: ‘ganar la guerra cultural’. Aquí, el intelectual se define por la función que ejerce en relación con un determinado tipo de sociedad o producción. Gramsci escribe:
Todo grupo social nacido en el campo primario de una función esencial dentro del mundo de la producción económica crea orgánicamente, al mismo tiempo, una o varias capas de intelectuales que le otorgan homogeneidad y conciencia de su propia función no solo en el dominio económico, sino también en el social y político. (Los intelectuales y la organización de la cultura)

Usando esta (muy ampliada) definición, Gramsci distingue entre intelectuales orgánicos, que aseguran la cohesión ideológica de un determinado sistema, e intelectuales tradicionales, es decir, los que representan a las viejas clases sociales que persisten a través de la disrupción de las relaciones de producción.

Es al nivel de los ‘intelectuales orgánicos’ que Gramsci recrea el sujeto de la historia y la política, ‘los Nous organizadores de otros grupos sociales’, El sujeto ya no es el Príncipe ni el Estado, ni siquiera el partido, sino la vanguardia intelectual ligada a la clase obrera. Es esta vanguardia la que, mediante un ‘trabajo de termitas’, cumple una ‘función de clase’ al convertirse en portavoz de los grupos representados en las fuerzas productivas.

También Gramsci es responsable de otorgar al proletariado la ‘homogeneidad ideológica’ y la conciencia necesaria para asegurar su hegemonía, un concepto que, reemplaza y trasciende el de dictadura del proletariado.

En el proceso, Gramsci amplía los medios que considera apropiados para la ‘persuasión permanente’: apelando a la sensibilidad popular, una inversión de valores a nivel de poder, la creación de ‘héroes socialistas’ y la promoción de representaciones teatrales, folklore y canciones. El comunismo, dice, debe resolver sus propios problemas teniendo en cuenta la experiencia soviética, pero sin intentar seguir pasivamente este modelo. Esto lo lleva a resaltar la especificidad de las problemáticas nacionales. A sus ojos, la acción y la estrategia políticas no pueden permitirse el lujo de descuidar la complejidad de las sociedades ni su temperamento, mentalidades, herencias históricas, culturas, tradiciones, relaciones de clase (incluidos sus aspectos ideológicos), etc.

Gramsci era muy consciente del hecho de que el período posfascista no sería socialista. Sin embargo, pensó que este último, nuevamente dominado por el liberalismo, representaría una excelente oportunidad para practicar la subversión cultural, porque los defensores del socialismo estarían, moralmente hablando, en una posición de poder.

De este ‘desvío democrático’ surgirá un nuevo bloque histórico dirigido por la clase obrera, con los intelectuales tradicionales conquistados o destruidos. Gramsci se refiere en realidad a un sistema de alianzas políticas que asocia infraestructura y superestructura, centrado en el proletariado y basado en ‘historia’, es decir, sobre las clases y su estructura dentro de la sociedad.

Esta visión suya ha resultado profética, no solo porque es precisamente en los regímenes liberales donde la subversión goza de mayor libertad de acción, sino también porque, al ser pluralistas, estos regímenes se caracterizan por un débil consenso que favorece la injerencia de los intelectuales en las luchas políticas. 

Nos encontramos así en un círculo vicioso. Las actividades de los intelectuales contribuyen a la destrucción del consenso general, con la difusión de ideologías subversivas que se suman a las fallas intrínsecas de los regímenes pluralistas. Sin embargo, cuanto más se reduce el consenso, más fuerte es la demanda ideológica (que luego deben satisfacer las actividades de los intelectuales).

La mayoría ideológica se encuentra así invertida.

¡No deje de estar alerta y únase a los buenos!!!

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