19 de mayo, 2020 

 

 

 

 

 

Vanessa Kaiser
Acádemica Universidad Autónoma


En un contexto donde ni siquiera los parlamentarios cuentan con libertad para votar a consciencia y el miedo reemplaza el principio de representación, el silencio místico deviene el peor de los males. Peor que la ceguera ante un quiebre democrático provocado por minorías con fuertes vínculos al interior de la institucionalidad.


Hay cegueras y cegueras. Algunas son por fallas del cuerpo, otras por limitaciones del alma. Lo mismo se observa con la sordera y la mudez. En Japón la famosísima escultura de Hidari Jingoro vivifica en los “tres monos sabios” -también conocidos como los “tres monos místicos”- el innegable libre arbitrio que tenemos los seres humanos a la hora de decidir escuchar, hablar o ver el mal. En el contexto de la obra de arte, ser insensible y no querer darse cuenta del mal posibilita una forma de vida mística propia de quienes habitan monasterios o comunidades pequeñas cuyo eje son prácticas espirituales como el desapego al dinero, el rechazo al abuso de poder y al uso de la violencia. La pregunta es qué pasa cuando personas que forman parte del mundo político optan por ser como los monos sabios, es decir, cuando usan sus manos como vendas para los ojos o tapones para los oídos y mordazas que les tapan la boca.

Surge entonces la antigua pregunta weberiana en torno a los costos que conlleva para el sufrimiento humano el que los políticos actúen únicamente por principios, desligados de toda realidad y sin tomar en cuenta las consecuencias, creyendo que no les cabe ninguna responsabilidad en el devenir de los hechos. La primera sensación es de extrañeza, porque ellos han sido elegidos para representar a ciudadanos que les confían la tarea de mantener un orden en el que sea posible una buena vida común y son generosamente retribuidos. Pero esa es sólo una sensación inicial; tras ella emerge la duda de si no sería de orates imitar a los monjes en el contexto de la política chilena, donde los colmillos se afilan por cada porción de poder, el fuego incendiario de las molotov se impone ante los resultados electorales democráticos y la violencia de las funas se transforma en una “nueva normalidad” que afecta, incluso, las votaciones parlamentarias.

Vamos a los hechos. que los sectores democráticos por el Apruebo enfrentan cual si fueran místicos incapaces de hacerse cargo de la realidad y entender que en este contexto la aventura constituyente puede terminar como la tragedia del Titanic.

Que la molotov le ganó a las urnas no cabe la menor duda: Alejandro Guillier sí tenía en su programa un cambio de Constitución, pero perdió frente a Piñera, tercer Presidente electo con más votos en la historia de la República y el primero en apoyo electoral desde el retorno de la democracia. Que no sólo los colmillos de diversos sectores están prontos a dar una dolorosa mordida al sistema institucional, sino que, además, han clavado sus puñales al traicionar el espíritu democrático de un país que, en su mayoría, no simpatiza con los sectores extremos del FA y menos aún con el PC, es autoevidente. Baste ver su escasa votación en contraste con declaraciones como la de Girardi hablando del fin de la propiedad privada, de Gutiérrez sobre la necesidad de un régimen totalitario o Mesina, quien ya avisó que la victoria del Apruebo se traducirá en una Asamblea Constituyente al más puro estilo bolivariano. Ninguno de ellos ha sido escuchado por nuestros místicos.

En caso de que falle el oído, los nuevos monjes de la política podrían usar la visión para observar a los parlamentarios involucrados en actividades cuyo rango oscila entre el golpismo, con las acusaciones constitucionales, la ilegalidad asociada a todas las iniciativas legislativas sobre materias que son de exclusividad del Ejecutivo, hasta el casi exitoso robo descarado, en el caso del proyecto de nacionalización de las AFP. Lo peor es que el Presidente Piñera se salvó de la acusación que se promovía en su contra sólo por un par de votos; otro tanto sucedió con el intento de robo de las pensiones. Pero eso tampoco lo ven los sectores democráticos a favor del Apruebo. Como dijera uno de sus representantes más fieles en una columna de opinión, “independientemente del resultado, es la ciudadanía la que define democráticamente lo que debemos hacer en materia constitucional”. ¿Y por qué eso no corre cuando la ciudadanía vota por un programa de gobierno que no contempla cambios a la Constitución? ¿Es cierto que una mayoría momentánea puede decidir los destinos de todos los ciudadanos o es que, justamente, evitarlo es una de las razones que legitiman la necesidad de una Carta Magna?

Quizás de todo el escenario, lo que más sorprenda es que los demócratas por el Apruebo permanezcan mudos ante la violencia de la que son víctimas tanto ellos como sus correligionarios. Sólo dos botones de muestra. Luciano Cruz-Coke denunciando el miedo con que se legisló la paridad: “una vez más, el Congreso mal legisla, apremiado y coaccionado desde las tribunas y las redes sociales por grupos de interés que comenzaron temprano en la mañana a dirigirse, específicamente, a los votos dirimentes para hacer sentir su presión.” Otro botón de muestra, el exsubsecretario Rodrigo Ubilla reconociendo en una entrevista este mes que el éxito de la acusación constitucional en contra del ministro del Interior, Andrés Chadwick, fue producto del miedo experimentado por parlamentarios de la oposición. “Si voto en contra me van a funar la casa, me pueden agredir, me van a descalificar”, comenta Ubilla fue como justificaron su voto aquellos parlamentarios opositores que reconocieron la improcedencia de la acusación.

En este contexto, donde ni siquiera los parlamentarios cuentan con libertad para votar a consciencia y el miedo reemplaza el principio de representación, el silencio místico deviene el peor de los males. Peor que la ceguera ante un quiebre democrático provocado por minorías con fuertes vínculos al interior de la institucionalidad (la quinta columna que usa la retroexcavadora para cavar la tumba del modelo más exitoso que haya ostentado algún país latinoamericano durante el siglo XX). Peor que desoír a los miles de desempleados que perdieron todo con un estallido de violencia nihilista aprovechado por la oposición para desmantelar nuestro ordenamiento político y alimentado por muchos medios de comunicación que tienen claro que el rating sube cuando rasgan vestiduras. Peor que la doble moral de quienes, sabiendo, usan sus influencias para tocar, cual flautista de Hammerling, una bella melodía que, con sus tonos populistas, captura a las nuevas generaciones cuyo futuro no será mejor que el pasado de sus padres si crecen bajo un ordenamiento institucional en el que no se respetan sus derechos básicos. ¿O usted cree, ante los hechos descritos -la destrucción del estado de derecho, la violación de nuestra democracia y de los derechos civiles por parte de minorías violentas- que son buenas las intenciones de aquellos opinólogos que comparten con su colega la tesis de que aquí sólo se está intentando atemorizar a los votantes porque nadie en su sano juicio imaginaría “que la nueva Constitución podría arrasar con el principio de soberanía popular, con nuestra condición de república, con la forma democrática de gobierno, con la división de poderes, o con el derecho de propiedad y otros derechos fundamentales reconocidos por Chile en varios tratados internacionales?” (A. Squella, El Mercurio, 15 de mayo).

De lo único que no hay duda es que tanto quienes adhieren a la doble moral de los flautistas, como aquellos cuya actitud mística los deja ciegos, sordos y mudos, comparten igual responsabilidad frente a un Chile que, si hoy no respeta su Constitución, mientras ampara a los violentos y destruye la legitimidad del voto, es claro que no se encuentra en condiciones para sortear con éxito un Proceso Constituyente. Eso cualquier persona con sus cinco sentidos despiertos lo puede reconocer.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/vanessa-kaiser-ciegos-sordos-y-mudos/

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