Joaquín García-Huidobro


¿Qué sucederá en diciembre con el plebiscito? No tengo idea.

Las encuestas nos dicen dos cosas muy interesantes. La primera es que la mayoría se inclina, hasta ahora, por votar en contra de este nuevo proyecto constitucional; pero al mismo tiempo, dan cuenta de que esa actitud no tiene que ver mucho con los contenidos, sino más bien con el hastío con los políticos. El razonamiento parece ser el siguiente: “Ya les dimos un portazo en la cara a unos, hagamos lo mismo de nuevo con los otros. Preocúpense de nosotros y no de sus estériles discusiones”. Parece que la democracia, de la que alguna vez nos ufanábamos, está desprestigiada. No es la primera vez que sucede algo semejante en nuestra historia.

Todo hace pensar que la mala imagen del proceso constituyente anterior terminó por contaminar el actual. La mayoría de derecha aún no logra persuadir al país de que estamos ante lógicas distintas. Muchos creyeron que había tiempo para contentar a las bases y luego convencer al resto del país, y no se tomaron de modo oportuno las medidas para marcar las diferencias desde un principio. Además, no faltaron las actitudes poco afortunadas que influyeron en la reticencia con que la mayoría de los ciudadanos mira este proceso.

Aunque hoy se propusiera al país una Constitución como la de Alemania, las encuestas quizá dirían lo mismo, porque lo que molesta es un estilo de hacer las cosas, las prioridades erradas y el olvido de las urgencias ciudadanas.

Por otra parte, después de esta semana parece que la izquierda seguirá la ruta del PC y votará “En contra”. Entre otras razones, los números que hoy muestran las encuestas constituyen un poderoso motivo para tomar esa decisión. Parece una oportunidad única para desquitarse de las derrotas electorales anteriores (si eso es bueno para el país es cosa distinta). Tampoco se pone en el escenario qué significaría para ella una nueva derrota: esa posibilidad no existe.

Así las cosas, podría parecer que el partido ya está jugado y no hay mucho que hacer, pero quizá no sea así, por varias razones.

La primera es que existe una diferencia significativa entre el texto de septiembre pasado y el actual. El antiguo tenía una cualidad notable: en la medida en que uno lo conocía, aumentaba la disposición a rechazarlo. Y esto no sucedía a causa de la caricatura que hacían de él los medios, sino porque el texto mismo era ya una caricatura. En cambio, en lo que tenemos del nuevo puede haber cosas discutibles, pero no vemos disparates gigantescos. Así, un mayor conocimiento de los contenidos podría ayudar al voto favorable a esta Constitución que busca combinar un Estado social y libertad de elección, dos cosas que parecen gustar a los chilenos. Esta no busca ser una Constitución identitaria.

En todo caso, solo podemos tener certeza de que vamos a presenciar una verdadera batalla verbal. Unos dirán que esta es la Constitución de la derecha, una versión invertida del proceso del año pasado, los otros buscarán mostrar los contenidos y cambiar esa percepción.

En este ambiente, el papel de Amarillos y Demócratas será muy importante. Muchos republicanos descubren hoy con estupor que no basta con las mayorías que tiene la derecha en el Consejo. La negociación y la flexibilidad han de ser siempre una parte fundamental de la política si uno quiere dar origen a proyectos estables en el tiempo.

Las conversaciones de los próximos días entre la derecha y la centroizquierda orgullosa de la Concertación requerirán de prudencia y generosidad en ambas partes. Por ejemplo, hay cosas que no les gustan mucho a algunos en la centroizquierda (libre elección en salud, propiedad de fondos previsionales), pero hay buenas razones para sostenerlas y, además, son populares. La derecha, por su parte, tendrá que hacer concesiones en materia de paridad de salida (transitoria), como proponen los expertos, aunque no le parezcan muy atractivas. Si se consiguen cosas como estas, se desarmará buena parte de los argumentos de la izquierda, que quedará en un terreno muy incómodo, porque no le resultará fácil hacer caricaturas.

Además, el voto “En contra” tiene un problema de difícil solución para la izquierda: deja vigente lo que mañosamente llama “la Constitución de Pinochet”. Pero como esto tampoco les gusta, en la práctica su triunfo significará que se mantiene abierta una cuestión que ya nos tiene aburridos. En este contexto, el hastío constitucional de los chilenos puede surtir un efecto contrario al que ha tenido hasta ahora. Cabe que, informados sobre los contenidos, digan: “Salgamos de esto de una vez por todas y cerremos el tema”. Aquí vale para todos lo que Eduardo Frei dijo sobre los inversionistas: “Si no hay una Constitución este año, más inseguridad”.

Yo mismo escribo esta columna a contrapelo. Hay una infinidad de otros temas que merecerían ser tratados y no es posible hacerlo dado que estamos entrampados en esta discusión.

No pretendo hacer un vaticinio sobre el resultado de diciembre, sino simplemente señalar que la izquierda comete una equivocación cuando piensa que ha apostado al caballo ganador. El resultado de diciembre aún está abierto y no me gustaría estar en su pellejo si el cálculo le sale mal y, finalmente, la mayoría de los chilenos decidiera votar “A favor”.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2023/10/15/111306/el-partido-no-esta-jugado.aspx

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