Hernán Büchi Buc
"La oposición chilena sigue el mismo patrón. En su último paso por el gobierno dobló su apuesta estatista y sembró el estancamiento. Hoy responsabiliza al Gobierno de no poder superar más rápido las consecuencias de aquello. Simultáneamente, rechaza incluso discutir los cambios que se proponen."
Son múltiples las visiones ideológicas o propuestas supuestamente técnicas que a lo largo de la historia han prometido asegurar el progreso. Los porfiados hechos, sin embargo, muestran que este solo llega cuando las sociedades dan un espacio para que los acuerdos voluntarios florezcan. La innovación y la inversión terminan generando niveles insospechados de bienestar —para todos— en los pueblos que han sido capaces de dar pasos en esa dirección. Incluso avances parciales pueden tener gran impacto. Cuando al fallecer Mao, China decide abrir una pequeña puerta a la iniciativa privada, se inició el progreso más masivo y acelerado que registra la civilización.
Las propuestas alternativas generalmente postulan un rol creciente y dominante del Estado, llegando incluso a su omnipotencia en el caso del marxismo. Si se avanza en ese camino, el progreso se hace más lento o se detiene y, desgraciadamente, es común que ante ello se exacerbe el discurso dialéctico y se redoblen las apuestas para restringir la libertad.
Venezuela es un caso extremo de esta dinámica, pero vemos cómo se da en forma más moderada en todas las latitudes. La oposición chilena sigue el mismo patrón. En su último paso por el gobierno dobló su apuesta estatista y sembró el estancamiento. Hoy responsabiliza al Gobierno de no poder superar más rápido las consecuencias de aquello. Simultáneamente, rechaza incluso discutir los cambios que se proponen.
El crecimiento de la economía mundial, más allá de las incertidumbres, sigue a paso firme. Un pilar de este buen desempeño ha sido Estados Unidos, país que tampoco está exento de la dinámica política ya descrita. Cuando el Presidente Trump fue elegido, prestigiosos economistas vaticinaron que sus políticas generarían una recesión. Sin embargo, el país creció casi un 3% el año pasado y se proyecta que bordee el 2,5% el 2019. Ello ha sucedido a pesar de que las proyecciones de la economía americana, en esa fecha, le asignaban un potencial de solo 1,7%.
Hace poco fue noticia que Estados Unidos cumplió 10 años expandiéndose sin una recesión. De esos años, los últimos del Presidente Trump son diferentes a los del Presidente Obama y no solo porque el ritmo de expansión ha sido muy superior. Obama privilegiaba la redistribución de ingresos por la vía de elevar impuestos y una mayor impronta regulatoria del Gobierno Federal. La dura realidad es que la desigualdad empeoró y el crecimiento no se aceleró.
Trump, a pesar de sus particularidades poco ortodoxas, ha tenido una estrategia sistemática en favor del crecimiento, con impuestos moderados y buscando alivianar el peso de las regulaciones excesivas. Con ello, el crecimiento efectivamente se potenció, pero más interesante aún, vía mayores empleos y mejores remuneraciones, se está favoreciendo a los sectores menos aventajados.
El desempleo de los afroamericanos ha disminuido más aceleradamente que el de los de origen europeo. El año 2008 era 4,6 puntos superior y hoy es solo 2,9 puntos superior, es decir, ha descendido dos veces más rápidamente desde diciembre del 2016. Un millón de ciudadanos de origen africano y dos millones de origen hispano han conseguido empleo desde que Obama dejó el poder. El desempleo de las mujeres de ascendencia africana es 5%, cifra que no se veía desde 1972, y el desempleo de los ciudadanos de menor nivel educacional ha marcado un récord por lo bajo.
Junto al menor desempleo, los sueldos han subido a la mayor tasa de los últimos 10 años. Los salarios por hora de los trabajadores del área productiva manufacturera se han incrementado en un 2,8% anual, muy superior al 1,9% de la época de Obama.
Sin embargo, también hay estrategias que no favorecen el progreso y que Trump está impulsando. La más destacada es el uso de los aranceles como instrumento multipropósito, especialmente para lograr cambiar las relaciones comerciales. Su impacto negativo se percibe en las decisiones de inversión, pues las empresas dudan sobre cómo estructurar sus cadenas de suministro en el futuro.
Lamentablemente, el ambiente de incertidumbre se acentuará a medida que avance el proceso electoral, que culmina en noviembre del 2020. En condiciones normales, el actual Presidente tendría asegurada su reelección, dado el dinamismo de la economía. Pero el estilo heterodoxo de Trump parece estar influyendo en ponerle un techo a su apoyo.
Quizás por ello, las primarias demócratas están muy concurridas. Los candidatos parecen competir en proponer la mayor cantidad de medidas antiprogreso, mientras proclaman defender a los postergados. Los aranceles de Trump empalidecen frente al abanico de opciones que aumenta cada día. De hecho, uno de los candidatos más moderados —el exvicepresidente Joe Biden— incorpora medidas arancelarias en su propuesta para disminuir las emisiones de gases invernadero. Indica que serán un arma —al estilo Trump— para forzar a otros países a actuar.
Dada la relevancia de la economía americana, el resto del mundo deberá confiar en que su flexibilidad le permitirá sortear las incertidumbres de los próximos meses y enfrentar las consecuencias del resultado electoral cualquiera que este sea.
En Chile, el Imacec de mayo, ratificó lo complejo que es dejar atrás el estancamiento generado por las medidas que impiden el progreso. La expansión de dicho mes —con la minería en terreno negativo— habría sido 2,3%. La expansión anual de los cinco primeros meses es 1,8% y se ve difícil alcanzar el mínimo del rango 3,0% - 3,5% que postula la autoridad. Menos aún el 3,5% en el que, hasta hace poco, confiaba Hacienda.
Para los que menosprecian el crecimiento, estas cifras son poco relevantes. Olvidan que ellas son la base que permite satisfacer las demandas de la población, sean estos pensionados o profesores. El doble discurso es notorio: los mismos que apoyan las medidas antiprogreso rasgan vestiduras cuando los anhelos de la ciudadanía no pueden ser satisfechos.
No es fácil ser optimista respecto de que Chile saldrá de este círculo vicioso. Son múltiples los impedimentos al progreso creados en el pasado. Desde nivelar hacia abajo en educación —la agonía del Instituto Nacional es un símbolo de ello—, hasta las dificultades para invertir y emplear. El Gobierno actual solo ha intentado abordar algunos aspectos. Los cambios tributarios y la reforma de pensiones son simbólicos en ese sentido.
En ambos casos las propuestas han sido tímidas. Desechó la rebaja de impuestos planteada en su programa y ha aceptado implícitamente que las AFP son parte del problema previsional. En realidad, la tarea de estas era cautelar y acrecentar los ahorros de los trabajadores y en ello han sido eficientes. El corazón del problema está en que, frente a expectativas de vida más largas, muchos han cotizado muy pocos años. Se ha reflexionado poco en que una cotización adicional obligatoria probablemente exacerbará los incentivos para dejar la formalidad y el problema se hará peor. Pero a pesar de todas las concesiones, al Ejecutivo le sale muy difícil llegar a acuerdos con los mismos que luego lo increpan por la falta de resultados.
Desgraciadamente, mientras no se consigue avanzar en las áreas seleccionadas, se retrocede en otras. No hay día que no se haga más compleja la tarea de emprender y las nuevas responsabilidades penales para quienes se arriesgan a ello se acumulan sin consideración o análisis.
En vez de educar a la población y las autoridades para asumir su responsabilidad en el manejo de basuras, se desata una batalla irracional contra los plásticos. Parece que se desconoce que, con sus virtudes y defectos, han permitido la existencia de productos en forma conveniente, y libres de contaminación para las grandes mayorías. Los planteamientos que buscan modificar la matriz energética no parecen estar suficientemente balanceados con sus efectos en el progreso. El tema merece más reflexión para no caer en el realismo mágico que se está imponiendo como políticamente correcto.
Es indispensable un esfuerzo que revalorice el rol del progreso como medio para que los ciudadanos hagan realidad sus anhelos. Ello haría también más difícil que algunos se especialicen en reclamar con una mano lo que impiden con la otra. Solo si se avanza en esa dirección será posible validar y sostener una mirada optimista.
.