
Miércoles 28 de marzo de 2018
"Kast es culpable de incitar al odio, qué duda cabe. Cada vez que habla desde su mansedumbre reflexiva, el odio fluye en su contra de palabra y de obra".
¿Cuántas exposiciones orales de personalidades públicas hay en las universidades chilenas en un solo año? Muchos cientos; probablemente, varios millares.
Apenas una de cada mil saca una pequeña roncha, genera una polémica con algún grado de acidez o permanece en los pasillos más allá de 48 horas.
Pero José Antonio Kast, incluso habiendo sido privado de la posibilidad de hablar en dos corporaciones -la privada Universidad de Concepción y la estatal Universidad Arturo Prat-, ha producido más comentarios que el 99% restante de sus pares. Miles y miles de horas de charlas y conferencias no han logrado lo que Kast generó una vez que fue reducido al silencio, por la censura y por la violencia.
Algo muy perverso, algo muy culpable tiene que haber en su discurso como para que se le haya impedido hablar y, paradojalmente, ese silencio haya suscitado infinitas reacciones.
Efectivamente, José Antonio Kast ha sido encontrado culpable y se le ha aplicado sentencia inmediata, inapelable y definitiva. Lo han condenado políticos, periodistas, profesores universitarios, autoridades académicas y columnistas. La voz del pueblo lo ha encontrado culpable de los cargos que esa misma voz popular le ha formulado.
Y yo me sumo, aunque quizás no acepten mis razones en el tribunal popular.
Me sumo, porque Kast es culpable de incitar al odio, qué duda cabe. Cada vez que habla desde su mansedumbre reflexiva, el odio fluye en su contra de palabra y de obra. Un comunista viejo, Manuel Riesco, no trepidó en sugerir que había que aislar a Kast y reprimirlo, "ojalá legalmente, a palos si es necesario"; y un encantador alumno de psicología precisó en su twitter que "hay que matar a Kast, degollarlo vivo y luego quemar sus restos en una plaza".
También es lógica la condena a Kast por provocador. Desde el asesinato de Jaime Guzmán, nadie había osado vulnerar los santuarios de la izquierda, nadie se había atrevido a pisar territorios liberados por la guerrilla cultural. ¿Qué hace ese loco en medio de la hegemónica sensatez impuesta por todas las variantes del marxismo en casi todas las universidades?
No dejemos pasar un tercer cargo, ante el cual la culpabilidad de José Antonio Kast es simplemente de lesa humanidad. Se ha atrevido a defender la obra del gobierno militar, a pedir para los procesados y condenados juicios justos y tratamiento legal. Ha olvidado Kast -no, no lo ha olvidado, simplemente lo contradice, lo que hace más grave su crimen- que la verdad histórica es oficialmente otra y que no hay, no habrá nunca, perdón ni olvido.
¿Dejaremos pasar la acusación que se le formula afirmando que todo es un show, que se victimiza? De ninguna manera. También lo declaramos culpable. Culpable de mostrar el contraste entre lo que a él le pasó en Chile, en el 2018 y en democracia, y lo que los totalitarismos de izquierda han practicado en el mundo entero por más de un siglo, con más de cien millones de muertos. Y el tipo quiere hacerse la víctima por un dedo meñique fracturado y un esguince de tobillo. Ridículo.
Cabe acusarlo también de publicidad engañosa, de buscar las cámaras para lograr mostrar su vigencia. En realidad es culpable de eso y de mucho más. Es culpable de haber roto la inercia de la política chilena, de haber concitado el mayor atractivo entre comunicadores de todos los sectores y la mayor fluidez en redes y, por lo tanto, en sus culpas lo acompañan los más de 523 mil ciudadanos que lo respaldaron en noviembre.
Y dejo para el final dos cargos que apenas han sido enunciados, aunque ya la sentencia está pronunciada: hablar siempre con la verdad en los temas más difíciles y tratar de abrir un espacio para la verdadera derecha. Sin duda, culpable también.
Apenas una de cada mil saca una pequeña roncha, genera una polémica con algún grado de acidez o permanece en los pasillos más allá de 48 horas.
Pero José Antonio Kast, incluso habiendo sido privado de la posibilidad de hablar en dos corporaciones -la privada Universidad de Concepción y la estatal Universidad Arturo Prat-, ha producido más comentarios que el 99% restante de sus pares. Miles y miles de horas de charlas y conferencias no han logrado lo que Kast generó una vez que fue reducido al silencio, por la censura y por la violencia.
Algo muy perverso, algo muy culpable tiene que haber en su discurso como para que se le haya impedido hablar y, paradojalmente, ese silencio haya suscitado infinitas reacciones.
Efectivamente, José Antonio Kast ha sido encontrado culpable y se le ha aplicado sentencia inmediata, inapelable y definitiva. Lo han condenado políticos, periodistas, profesores universitarios, autoridades académicas y columnistas. La voz del pueblo lo ha encontrado culpable de los cargos que esa misma voz popular le ha formulado.
Y yo me sumo, aunque quizás no acepten mis razones en el tribunal popular.
Me sumo, porque Kast es culpable de incitar al odio, qué duda cabe. Cada vez que habla desde su mansedumbre reflexiva, el odio fluye en su contra de palabra y de obra. Un comunista viejo, Manuel Riesco, no trepidó en sugerir que había que aislar a Kast y reprimirlo, "ojalá legalmente, a palos si es necesario"; y un encantador alumno de psicología precisó en su twitter que "hay que matar a Kast, degollarlo vivo y luego quemar sus restos en una plaza".
También es lógica la condena a Kast por provocador. Desde el asesinato de Jaime Guzmán, nadie había osado vulnerar los santuarios de la izquierda, nadie se había atrevido a pisar territorios liberados por la guerrilla cultural. ¿Qué hace ese loco en medio de la hegemónica sensatez impuesta por todas las variantes del marxismo en casi todas las universidades?
No dejemos pasar un tercer cargo, ante el cual la culpabilidad de José Antonio Kast es simplemente de lesa humanidad. Se ha atrevido a defender la obra del gobierno militar, a pedir para los procesados y condenados juicios justos y tratamiento legal. Ha olvidado Kast -no, no lo ha olvidado, simplemente lo contradice, lo que hace más grave su crimen- que la verdad histórica es oficialmente otra y que no hay, no habrá nunca, perdón ni olvido.
¿Dejaremos pasar la acusación que se le formula afirmando que todo es un show, que se victimiza? De ninguna manera. También lo declaramos culpable. Culpable de mostrar el contraste entre lo que a él le pasó en Chile, en el 2018 y en democracia, y lo que los totalitarismos de izquierda han practicado en el mundo entero por más de un siglo, con más de cien millones de muertos. Y el tipo quiere hacerse la víctima por un dedo meñique fracturado y un esguince de tobillo. Ridículo.
Cabe acusarlo también de publicidad engañosa, de buscar las cámaras para lograr mostrar su vigencia. En realidad es culpable de eso y de mucho más. Es culpable de haber roto la inercia de la política chilena, de haber concitado el mayor atractivo entre comunicadores de todos los sectores y la mayor fluidez en redes y, por lo tanto, en sus culpas lo acompañan los más de 523 mil ciudadanos que lo respaldaron en noviembre.
Y dejo para el final dos cargos que apenas han sido enunciados, aunque ya la sentencia está pronunciada: hablar siempre con la verdad en los temas más difíciles y tratar de abrir un espacio para la verdadera derecha. Sin duda, culpable también.
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