María Fabiola Riesco Seefeldt
Profesora de Matemática y Física PUC
Magister y MBA en Gestión Educacional U. Mayor
Magister en Filosofía Aplicada U. de Los Andes


La renombrada  investigadora, escritora y divulgadora educacional Catherine L` Ecuyere, máster del IESE Business School, máster Europeo Oficial de Investigación, Doctora en Educación y Psicología,  autora de varias obras reconocidas a nivel internacional en el campo educativo,  y , el destacado psicólogo clínico, escritor y profesor de la Facultad de Medicina de Harvard, Christopher Willard -que ha visitado recientemente nuestro país-, coinciden como expertos, en hacer presente que muchas escuelas de élite vuelven a retomar las líneas clásicas de enseñanza, un regreso al tradicional lápiz y papel. Porque se han dado cuenta que las TICS y el acceso sin límites a las redes sociales afectan la calidad del aprendizaje, son peligrosamente adictivas, y traen consigo nuevos e importantes problemas sicológicos y sociales. En efecto, Willard, informa, “los niños se encuentran más felices sin ellas”.

En concordancia con esta tendencia de volver al necesario silencio, atención y escucha, al esfuerzo personal, se estarían sumando ante la reciente liberación de las IA, renombradas universidades en resguardo de su prestigio más que centenario, volviendo a  la antigua tradición de evaluaciones orales y de ensayo, que den fe del logro de conocimientos profundos y competencias reales  evidentes en el nivel de sus estudiantes.  

Los clásicos y sempiternos valores occidentales de la verdad, armonía, sabiduría, el  arte,  las grandes virtudes, que buscan el desarrollo de la perfección humana en todos los ámbitos, aprendizajes ideales de una buena vida, y que nos han llevado tan lejos en civilización y cultura, en un tiempo tan largo de acumulación de saberes, artes e inventos, solo son posibles de adquirir a través de la imitación de modelos humanos adecuados que nos los enseñan cada día en el transcurso de la vida, empezando por las familias, siguiendo luego por nuestros maestros. Estos últimos son necesarios para adquirir saberes que no tienen necesariamente los padres. Se logran en la escuela a través de una praxis pedagógica seria, metódica, estructurada, basada en la evidencia, que, envuelta en un contexto humano de respeto, pausa y sabiduría, de mano de un adulto responsable, desencadenan el ansia por aprender con el cual todo niño nace. No es automático, ni fácil. Es un arte delicado y de gran complejidad ya que no se da igual para todos. Se desarrolla paso a paso, en un proceso humano muy individual de maduración, en medio de múltiples experiencias pedagógicas y vitales durante años.

El período postpandemia, aun con buena conectividad, evidenció la necesidad de volver a la conexión humana directa del tú a tú y del nosotros, en todo ámbito vital, y aún más en la escuela. Niños y adultos quedaron sobrepasados, saturados de una rara soledad en conexión virtual y se generaron enormes vacíos de conocimientos y habilidades de todo tipo en niños y jóvenes, además de problemáticas sicológicas y sociales no menores.  

Las IA (inteligencia artificial) ha venido para quedarse, y pueden sin duda ayudarnos mucho como herramientas anexas o auxiliares al quehacer humano, para resolver problemas específicos, pero debe estar controlada. Sin una persona preparada, que analice, seleccione y filtre lo que se use en el campo educativo, es poco probable un impacto real y positivo en aprendizajes, y, por el contrario, pueden ser muy dañinas, como advierten los mismos creadores de estas herramientas y sociedades médicas.  Las empresas de tecnología y comunicaciones -todos lo experimentamos a diario-, nos envían lo que nos gusta y nos capturan. Son primeramente modelos de negocios, se tienen que financiar, venden algo, y está bien, pero, si no estamos preparados, nos sesgan y limitan en nuestra capacidad de comprender el mundo real de la vida concreta, la diversidad de opiniones, gustos, culturas, creencias.

Como nos ilustra la doctora L‘ Ecuyere, desde su obra, parece ser necesario desde la evidencia,  que en vez de invertir en tanta tecnología y supuestas innovaciones que parecen ser muy atractivas en una primera lectura, se tengan más y mejores maestros comprometidos y preparados, a la vez que  se reinstalen algunos conceptos, metodologías y prácticas clásicas probadas, para que el aprendizaje y desarrollo de los niños sea humanamente sano, eficaz y el mejor posible en la realidad existente, como el que tuvieron tantos niños y jóvenes pertenecientes a las generaciones de los 50, 60 y anteriores en países desarrollados y emergentes. Fueron y fuimos niños, con claras asimetrías de respeto respecto del mundo adulto. Niños que aprendían, jugaban, y sentían el paso del tiempo con pausa real. Era un mundo más austero, sin presión por adelantar etapas de maduración en el crecimiento.  La sobreexposición a lo virtual, acostumbra a los niños a ritmos poco humanos, y estimulan intereses y hábitos poco adecuados y adelantados para una infancia y adolescencia sanas, obstaculizando el aprendizaje y el desarrollo, ya que el mundo virtual es adictivo, muchas veces falso en información y sesgado respecto de la confrontación con la realidad del mundo, lo que daña la capacidad de imaginación, de inventiva, de creatividad, de pensar, de asombrarse, y de interactuar con respeto y tolerancia con otros.

La escuela más clásica o tradicional humanista-científica, sin duda con sus problemas, nos ha beneficiado con una pléyade de personas y profesionales equilibrados y competentes, con gran vocación de servicio, honestidad, rigurosidad en el quehacer diario, cualquiera que fuere. Personas educadas, ilustradas, con disciplina para enfrentar desafíos y dificultades, algunas muy destacadas y de gran nivel intelectual. A esa buena educación, dotada de mucho menos cosas materiales, le debemos el avance de nuestro país. Se  expresa en nuestros premios nacionales, hasta premios nobel, muchos renombrados profesionales o técnicos de alto nivel, políticos, empresas modelo, universidades prestigiosas, y adelantos de todo tipo, y, en nuestra pujante clase media.

Cierto que en nuestro país no era todo perfecto, solo desde los 90 tiene una cobertura obligatoria hasta la enseñanza media, porque éramos mucho más pobres, y hasta hoy arrastramos problemas de desempeño en aprendizajes, en parte porque ese cambio no se preparó todo lo necesario, en particular con la cantidad de maestros preparados para ese desafío.

Lo que ocurría en las escuelas básicas, y en liceos con enseñanza media, hoy lo echamos todos de menos, porque es esencial para aprender. Se trata de la atención, la concentración, del rigor en todo, el orden, el respeto, la puntualidad, la disciplina, la exigencia de la honestidad, el silencio y escucha en las salas, la exigencia en el estudio personal, la exposición a largas pruebas escritas u orales en toda materia, la memorización de largas poesías, el desafío de la lectura de libros complicados de literatura, la toma de apuntes propios.  Las excusas eran muy pocas para no cumplir. El estudiante se hacía responsable de sus aprendizajes, era orientado a un compromiso activo con su aprendizaje. Los padres no reclamaban por cualquier cosa y los estudiantes tampoco.

Los colegios y liceos gozaban de una mayor autonomía y los liceos humanista-científicos eran académicos y los técnicos, técnicos propiamente tal. Los liceos lograban resultados no solo por aplicar selección, lo que es un criterio muy simplista. Era porque los docentes hacían las cosas bien, y sabían que esos futuros hombres y mujeres se encaminaban a una preparación de más alta exigencia. Todo se enfocaba en aprender mucho. Los resultados eran fruto de ese esfuerzo común de docentes, padres y estudiantes. Todos sabían que, si alguien salía de ahí, iba a ser un profesional o técnico con gran e innegable formación humana, ética y académica. No imagino a una directora o director de ese tiempo, respondiendo en expedientes de una centena de páginas y a veces por semanas, acerca de cuestiones inverosímiles, a veces inútiles, que hoy agobian a muchos colegios a diario en tiempo y recursos. Su tiempo estaba destinado a administrar el día a día académico y a promover la impronta del liceo o colegio. Las reglas de comportamiento eran definidas por cada establecimiento y se ejecutaban con autonomía. En fin, había autoridad y confianza; también arbitrariedad, pero, igual a como existe hoy.

Actualmente, al contrario de esa época, en todo el sistema es difícil exigir desde cuestiones básicas como un lenguaje adecuado, respeto, puntualidad, asistencia, silencio, orden, cuadernos completos, y tareas personales que impliquen esfuerzo, paciencia, cumplimiento y persistencia.

La política y la normativa educativa y de reformas parecen haberse desviado de su fin último, y no ha sido capaz de abordar los problemas concretos con un enfoque realista, con un justo equilibrio entre derechos y deberes, y de debida atención y orientación a la calidad de la enseñanza, que necesita de normas y límites, personas preparadas para convivir en una determinada organización que funcione bien, motive y genere resultados de calidad.

En Chile tenemos mucha población con niños complejos de educar, por problemas transitorios o permanentes de aprendizaje y vulnerabilidad. Los rediseños curriculares y formas de distribución de matrículas e inclusión implementados en los últimos años, idealmente se habrían pensado como solución a la desigualdad de aprendizajes y a la necesidad de una sociedad más inclusiva para niños con complejidades que no tenían espacios educativos disponibles o muy pocos. Sin embargo, el modelo está mostrando problemas, dada la evidencia de los datos de desempeño en aprendizaje, deserción, asistencia, puntualidad, violencia escolar, entre otros problemas, evidentes para todos. Se ha querido privilegiar supuestamente a la persona, por sobre la calidad del aprendizaje, donde los fines de la actividad docente se han ampliado fuertemente, con un desgaste muchas veces sobrehumano, en un ambiente además muy poco respetuoso hacia el conocimiento, la norma, y que ahuyenta hace rato, a muchos de la profesión, lo que es preocupante y peligroso para todo el sistema educativo, incluyendo la enseñanza superior.

Se pensó idealmente que la distribución al azar, la eliminación de la selección, la eliminación del “lucro”, la política de inclusión, los rankings, reducirían la desigualdad, y generarían un mayor bienestar social y emocional para todos. Se dijo: “hay que aplanar la cancha”, en vez de ponerle salitre, regarla más, poner más y buenos jardineros, sacar la maleza cada mes, y darle tiempo y dedicación especial al pasto más débil para que creciera mejor.

Si bien existe un buen Programa de Integración Escolar (PIE), a nivel municipal y particular subvencionado, los profesionales no dan abasto para el apoyo a niños con problemas de aprendizaje, en un sistema sin selección alguna, y una calidad de aprendizaje que con la pandemia está bajo lo esperado, afectando fuertemente al gran porcentaje de estudiantes que pudieran avanzar hacia estándares altos de aprendizaje. Se suma a esto el problema de desgaste en lo administrativo y lo comentado respecto del ejercicio práctico de la autoridad, con reglamentos muy difíciles de hacer valer por la burocracia y una cultura práctica que no tiene un balance entre deberes y derechos.

Para volver a un camino de efectivo progreso en calidad educativa para todos, porque de inmediato no es posible, es necesario volver a focalizar a las escuelas, Mineduc, Superintendencia, Agencia de la Calidad, para el fin para el cual fueron creados, el aprendizaje de alta calidad para todos, lo que implicaría entre otras cosas:

  • Devolver, como lo era en la escuela tradicional, el estatus profesional, autoridad, autonomía, seriedad y dignidad que merece a la tarea educativa en general, empezando por el personal docente, cautivando a los mejores para el ejercicio de esta profesión, con sueldos acordes a la responsabilidad que tienen;
  • Dar una mayor autonomía a los colegios para que puedan decidir en base a sus capacidades las cuotas de inclusión y puedan abordar la inclusión con la idoneidad necesaria.
  • Repensar el diseño institucional y curricular, ampliando las modalidades de enseñanza, haciendo efectiva la libertad de enseñanza. Parece justo y necesario que el Estado asuma la realidad tal cual es, reformule su política y normativa educativas, y desarrolle una política que provea de establecimientos altamente especializados de transición escolar o permanentes, con diseños curriculares acotados y atención multidisciplinaria a familias con hijos en deserción escolar o complejidades de aprendizaje inabordables para una escuela regular en cada localidad. Solo así, podrán recuperarse o crearse aprendizajes y conductas sociales adecuadas, que encaucen a estos estudiantes en deserción o que estén sin atenderse apropiadamente, ya sea para volver a la escuela regular humanista-científica, técnico-profesional, o poder terminar en estas escuelas con su ciclo escolar y hacer posible sus proyectos de vida para ser incluidos en la sociedad real.
  • Se provea por el Estado la atención de especialistas del área de salud mental asociados al aprendizaje, que puedan orientar y entregar apoyos adecuados a las familias con estudiantes que lo requieran. Los diagnósticos tempranos evitan muchos problemas de desarrollo, de aprendizajes y de convivencia familiar y escolar.
  • Delimitar los fines de los establecimientos, sin sobrecargarlos hasta el agobio, devolviendo así la confianza, el respeto y el ánimo de colaboración entre Padres y establecimientos en función de la calidad de aprendizaje, donde cada uno asuma el rol que le corresponde.

Sin autoridad, rigor académico de alta competencia de los docentes en sus respectivos saberes, disciplina y una gestión que permita más autonomía ante la diversidad de realidades, es imposible la realización de una tarea docente de calidad. Los colegios necesitan poder decidir y hacer realidad sus proyectos y reglamentos más allá de declaraciones en un papel, dentro de marcos razonables.  Es decir, destacar, corregir, suspender, expulsar, sancionar, reforzar, exigir tareas y estudio personal, de manera ágil.  Solo así, es posible generar una formación humana y académica de calidad, con un sano y pacífico ambiente de aprendizaje.

Los colegios están quedando sin autoridad y sin herramientas para poder hacer efectiva su tarea y es donde se trabaja el futuro de todos. Está demás dar ejemplos de esto, basta ver lo que ha pasado con los colegios emblemáticos donde nadie se hace cargo de los estudiantes que sí quieren estudiar, aunque el colegio tenga muchas falencias.

Hay que volver a preguntarse cuál es el fin último de una buena educación y el límite posible de la escuela humanista-científica y técnica profesional, para incluir todo tipo de problemas de aprendizaje y a veces clínicos graves, para que puedan responder a los desafíos del mundo moderno, el que exige conocimientos avanzados y altas competencias tanto académicas como técnicas,  al nivel de los países más desarrollados, lo que parece ser justo y no discriminatorio para los muchos niños talentosos existentes.

La inclusión social implica un trabajo pedagógico riguroso, de respeto a cada niño, que se aborda con una oferta educativa realista, diferenciada y muy especializada para algunos, y de alta calidad académica o técnica, que impida la deserción y aborde a todos los niños y familias.  Todos se merecen realmente lo mejor, para no solo sentirse parte en una sala, sino que ser parte activa de un espacio y tiempo para toda la vida, adquiriendo aprendizajes a veces más prácticos que desarrollen poco a poco su autonomía en la medida de lo posible.

Lo justo e inclusivo es lo que puede y necesita aprender cada niño de acuerdo a sus posibilidades, capacidades y realidad personal. Los ideologismos radicales y utópicos, que poco consultan a pedagogos y otros especialistas en educación, que a veces miran solo números y se dejan llevar por ideas románticas y aún totalitarias, sin explorar con rigor la realidad práctica, nos pueden llevar por un derrotero poco deseado por todos, con soluciones que resulten en una desigualdad aún más grande e irremontable. No nos medimos en función de nosotros mismos, sino en un mundo más grande, y quisiéramos que al menos algunos de nuestros hijos y nietos, provenientes de cualquier colegio o liceo sin distinción, fueran a reemplazar la posta de puestos de alta responsabilidad de nuestro país, a nivel público o privado.

Que ellos generen la riqueza y bienestar que necesitamos para progresar todos, y sean ellos los que provean de los espacios de inclusión a aquellos que tuvieron algún obstáculo. Sería paradojal que por desatención a la diversidad y falta de realismo para con nuestros talentos y complejidades, el ideal de igualdad e inclusión fuera cada vez más difícil de lograr. Es más difícil hacer lo que se debe. Los niños y jóvenes necesitan amor, protección de la familia, estructuras normativas claras, muy buenos maestros de asignatura, diversidad de oferta educativa y los necesarios apoyos multidisciplinarios que ayuden en la tarea educativa a padres y colegios.

Cualquier saber es un artificio humano muy complejo de transferir y de aprender. No es azaroso aprender, enseñar y revertir malos resultados, se puede, pero se requiere de un gran esfuerzo, sistemático, científico, uno a uno, muy poco brilloso en su proceso y de largo aliento. Es mucho más complejo que distribuir matrícula por una tómbola, eliminar el lucro y hacer competir a las familias por cupos. Nuestra cultura clásica cristiano occidental, que sin duda ha generado tantos bienes, se basa en la dignidad humana, la libertad, el conocimiento, la razón, la búsqueda de la verdad, la sabiduría y el cultivo de las grandes virtudes humanas. Su transmisión solo puede ocurrir a gran escala a través de una escuela de alta calidad, de generación en generación, para preservarla, progresar, y multiplicar este precioso bien en nuestro país.    

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