24 julio, 2024
por Mons. Fernando Chomali G.
Occidente no promueve la solidaridad entre las personas como una forma de vida y de comprender el mundo, sino que como mero asistencialismo.
Una falencia de Occidente es que ha asimilado y centrado el desarrollo en el plano meramente económico. Este fenómeno ha pauperizado el valor de la persona humana y su dignidad, así como expresiones magníficas de la vida como lo es arte, el pensar filosófico y teológico. Así, encontramos países con logros económicos notables y estándares de vida excelentes, pero que muestran altas tasas de suicidios, consumo de sustancias para, aunque sea por un momento, escapar de la realidad, y otros problemas sociales de la máxima gravedad.
El desarrollo ha de entenderse integral, es decir, del hombre en cuanto cuerpo y espíritu y a todos los hombres, y que se centre en lograr que las personas pasen de condiciones menos humanas a condiciones más humanas. Occidente no promueve la solidaridad entre las personas como una forma de vida y de comprender el mundo, sino que como mero asistencialismo.
Para lograr una comprensión más amplia de la realidad y responder a las preguntas que anidan en el ser humano, la formación de los ciudadanos es fundamental. Una formación que los ayude a encontrarle el sentido de la vida y a sacar lo mejor de sí para ponerlo al servicio de los demás, lo que es impensable al margen de una comprensión trascendente de la realidad, del quehacer en el mundo y de los demás. No basta que respondamos la pregunta de qué vamos a vivir -pregunta fundamental, por cierto- sino que también y junto a ella -para qué vamos a vivir-, pregunta que requiere reflexión, estudio y, sobre todo, apertura a los demás como posibilidad de ser y no como amenaza.
Creo que Chile está embobado con el crecimiento económico que ha tenido. En mi opinión, una de las causas de su actual estancamiento se debe al desencanto de las personas que ven carreteras extraordinarias, pero no sentido a sus propias vidas; ven crecer las ciudades, pero cada vez encuentran más dificultades para encontrarse con otros seres humanos y vivir la experiencia de amar y ser amados. En definitiva, nos hemos olvidado de que lo sustantivo de la vida es ser y que desde ese ser surgirá como consecuencia ética el hacer nuestro quehacer lo mejor posible en vistas a un proyecto compartido.
Otro elemento que opaca la posibilidad de ser un país auténticamente desarrollado es que se ha pauperizado la familia y el matrimonio como elemento constitutivo de éste, y se habla poco o casi nada de las virtudes como la honradez, la castidad, el valor de la palabra empeñada, la búsqueda de la verdad, el sacrificarse por el otro, entre otras cosas, que el hombre está llamado a vivir dada la alta dignidad que posee y que le reconoce a los demás. El aumento significativo de separaciones y divorcios, con todo lo que ello implica, sobre todo para las mujeres y los niños, sumado a hechos cada vez más notorios de corrupción y violencia por doquier, muestran una sociedad que se degrada humanamente, y ello sin duda que repercute a la hora de comprenderse como parte de un proyecto común frente al cual cada uno está llamado a aportar desde sus competencias, habilidades y destrezas que posee.
Tal vez reflexionar con mayor profundidad sobre el impacto real que tiene en la vida de las personas, las familias y la sociedad una fe auténticamente vivida y proclamada nos puede ayudar a dos cosas: la primera, percibir que para muchos católicos la fe y la vida no se vinculan en nada (lo que hay que revertir prontamente, o si no la fe será irrelevante), y la segunda, que para muchos la fe es un hecho más bien social que un modo de pensar, de vivir y de actuar que se manifiesta en la vida diaria como cultura.
Pasar de comprenderse como católico desde la esfera de lo privado a lo público será el camino para vivir -al menos en cierta medida- la civilización del amor que tanto añoramos.
Fuente: https://ellibero.cl/tribuna/comprender-el-pais-desde-el-desarrollo-de-las-personas/
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