28 de julio, 2020 

 

 

 

 

 

Vanessa Kaiser
Acádemica Universidad Autónoma


Bajo dicho estado de inconsciencia es que seguimos gastando lo que no tenemos, endeudando a las futuras generaciones y quebrando los cimientos de una democracia apaleada por grupos minoritarios violentos que le han impuesto su receta a la sociedad.


Imagine que, ante a una enfermedad, usted tiene dos opciones: visitar al médico del grupo de los delantales rojos o pedir consulta con el especialista que viste de blanco. El primero se aprende su nombre, lo trata con cariño, oye sus quejas e incluso lo contiene escuchando atentamente sus problemas emocionales. Le da consejos sobre qué hacer en su vida amorosa y sensibiliza con su situación al punto que derrama tres lágrimas cuando usted le cuenta sobre los dolores que experimenta. El segundo, vestido de blanco, lo recibe con frialdad, no se preocupa de ninguna situación ajena a la enfermedad y se concentra en su historial clínico, pregunta por sus antecedentes familiares y termina exigiéndole todo tipo de exámenes. No le dirige palabra de aliento y tampoco, a diferencia de su colega, le regala alguna esperanza de sanación. Dado que la enfermedad es compleja y aún no llega a un diagnóstico, tampoco se decide a recetarle remedios que ayuden a paliar el dolor. En contraste, el médico de rojo le receta morfina, aliviando sus padecimientos de forma inmediata. Y es que la morfina cambia la manera en que el cerebro y el sistema nervioso responden al dolor, bloqueando la transmisión de los estímulos incluso si la enfermedad persiste.

La situación descrita grafica varias de las tensiones presentes en el mapa político que se ha tejido en tiempos de pandemia. Tenemos al FA aglutinando tras sus recetas a médicos de la política que recorren el espectro desde la derecha conservadora hasta el PC, pasando por la médula del cuerpo político ubicada en la dirigencia de RN. Con la ayuda de charlatanes ubicados en puestos clave, se exacerba la sensibilidad social y ofrece una contención que beneficia únicamente a los expertos en salud colectiva. Ellos, al modo que lo hiciera en nuestro ejemplo el médico que no nos pide ningún examen, pero empatiza con nuestro sufrimiento, prescriben políticas públicas con efectos semejantes a los de la morfina. Y es que, por un lado, aplacan el dolor y, por otro, empeoran la enfermedad, acá entendida como la crisis que atraviesa el país desde octubre. Pero la medicina frenteamplista sirve para la próxima campaña, pues los efectos agravantes que producen estas políticas tardarán un tiempo en manifestarse. Además, cuando lo hagan -como sucedió con la reforma tributaria de Bachelet- ya habrá cientos de opinólogos contratados para seguir recetando más de la misma medicina basada en el engaño. Así es como se inmunizan de toda resistencia por parte del decaído cuerpo social. Y es bajo dicho estado de inconsciencia que seguimos gastando lo que no tenemos, endeudando a las futuras generaciones y quebrando los cimientos de una democracia apaleada por grupos minoritarios violentos que le han impuesto su receta a la sociedad.

A los políticos que recetan la medicina frenteamplista se suman los dueños de los medios de comunicación, que parecen haber decidido lucrar con su propia desgracia. ¿De qué otro modo se explica que empresarios importantes pongan en los espacios de debate a personas que promueven las fracasadas recetas socialistas? No creo haber leído algo al respecto, pero la lógica más elemental – ligada al instinto de autoconservación- indica que el único modo de entender a quienes promueven una ideología que atenta en su contra es que ofrezca una alta tasa interna de retorno de la inversión. Planteado en fácil, lucran con el odio que la gente siente hacia ellos y que la medicina frenteamplista se dedica a inocular.

Otra arista de la disyuntiva propuesta -visitar a uno u otro médico- es la tensión entre el conocimiento técnico y la verborrea emocional que hoy parece dividir mejor las aguas entre nuestros políticos médicos que sus pertenencias partidarias. La aprobación del retiro de fondos de pensiones es, probablemente, el caso más ilustrativo. Mientras el senador Moreira apelaba a su condición de buen cristiano para justificar el apoyo a una medida que constituye el puntapié inicial para la destrucción del sistema, Mario Desbordes y Joaquín Lavín se justificaban en el marco de la competencia por encarnar la sensibilidad social de una empobrecida clase media. Y no crea usted que mi desconfianza sobre sus intenciones obedece a alguna animadversión personal. Al contrario, lo que sucede es que estos médicos de la política nos dejan en la disyuntiva de si dudar de sus intenciones o de su inteligencia. Una temprana formación en las obras de Maquiavelo me impide situarlos entre los santos, místicos y buenos samaritanos que nada entienden del mundo y por ello pavimentan con sus buenas intenciones los caminos al infierno. Para Maquiavelo el éxito político consiste en obtener el poder y conservarlo. De ahí que recomendó al príncipe adaptarse siempre a los cambios de las circunstancias y usar todo tipo de artilugios: “ha de parecer al que lo mira y lo escucha, todo clemencia, todo fe, todo integridad […]”

Pero incluso en Maquiavelo puede encontrarse un último resquicio de virtud política en la medida que él ve en el príncipe el fundamento del Estado y, por tanto, del bien común. En contraste con la figura institucional de un príncipe fuerte que facilita el establecimiento de condiciones para una mejor calidad de vida, nuestros médicos frenteamplistas se han dedicado a socavar las instituciones en que se fundó el éxito de Chile que hasta octubre ostentaba los mejores indicadores de desarrollo humano de Latinoamérica.

Sólo queda por preguntarle a usted, estimado lector: ¿a cuál de los dos médicos pediría consulta? ¿Al del delantal rojo que elimina el dolor empeorando su enfermedad o al del delantal blanco que lo obligará a hacer lo necesario para gozar de una vida plena tras un buen diagnóstico y el tratamiento adecuado?

Creo que, si fuésemos capaces de transmitir este mensaje en forma masiva, ninguna persona en su sano juicio elegiría a aquél cuya medicina termina por destruir la salud del paciente mientras el color de su delantal sirve a encubrir sus propósitos… ¿o es que acaso el rojo no sirve para ocultar la sangre de sus víctimas? Eso explica que hasta hoy no hayamos oído nunca un mea culpa por los millones de personas muertas y vidas destruidas bajo el peso del martillo y el filo de la hoz. Siempre, por supuesto, en nombre del bien de la humanidad.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/vanessa-kaiser-medicina-frenteamplista/

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