18 noviembre, 2020 

 

 

 

Orlando Sáenz Rojas
Empresario y escritor


El más elemental sentido común exige que haya una relación entre el proceso legislativo y las limitaciones económicas, humanas, operacionales y fiscalizadoras del estado, pero esa relación parece que no existe en nuestro país. Lo que en verdad existe es una fábrica de ilusiones al margen de la realidad. Eso es lo que ha terminado por producir un pueblo frustrado que ha perdido la capacidad de apreciar su propio progreso.


Una tradición afirma que, en el antiguo Egipto, el protocolo disponía que los escribas presentes en la corte faraónica exclamaran a coro “así está escrito, así está hecho” cada vez que el soberano expresaba en alta voz algún dictamen. Era una forma de reafirmar la divinidad del soberano, puesto que solo los dioses pueden crear efectos con solo expresar su voluntad. Es la facultad que, en nuestra tradición judeo–cristiana, se recoge en el mito de la Creación con aquello de “Hágase la luz, y la luz fue”.

Pero en la desafortunada realidad de nuestro mundo material, todos nosotros sabemos, y nos resignamos, a que existe una a veces insuperable distancia entre el deseo y su satisfacción. Es esa resignada constatación la que expresamos con el nunca objetado adagio que afirma que “del dicho al hecho hay mucho trecho”.

Sin embargo, algún resabio conservamos en el subconsciente de esas remotas épocas en que se deificaba al soberano o al estado, puesto que no nos podemos desprender de la tendencia a creer que basta con consignar un propósito en una ley o en la constitución para que se trasforme en realidad. Cuando constatamos que no ocurre así y comprobamos que nunca existe ley o norma constitucional que se cumpla en su absoluta integridad, nos surge un potente sentimiento de frustración que con facilidad, dependiendo del nivel cultural, se puede trasformar en ira y rebeldía. Para muchos, la distancia que hay entre esa frustración y el desorden en Plaza Italia es mucho menor que el que existe entre el dicho y el hecho.

Como siempre, el remedio para la frustración es el raciocinio riguroso, por lo que, en este caso, conviene repasar los pasos que obligatoriamente requiere el proceso legislativo para afectar verdaderamente a la realidad nacional. La ley, por definición, es “la manifestación de la voluntad soberana que, en la forma establecida por la constitución, manda, prohíbe o permite”. Es, pues, una orden que obliga a todos desde el momento de su publicación. Pero ocurre que requiere, indispensablemente, de un reglamento que precise sus alcances, sus protocolos, sus modos de aplicación, sus plazos, etc. y, todavía después, requiere que la administración pública disponga de la estructura y capacidad para fiscalizarla y hacerla cumplir.

Este breve repaso de lo que todos deberíamos saber, pero solemos olvidar, no solo revela la apreciable distancia temporal que hay entre el dicho y el hecho en el proceso legislativo, sino que evidencia un trayecto lleno de oportunidades para demoras, imperfecciones, excesos, tergiversaciones, y hasta anulaciones. El aprovechamiento de esas oportunidades ha provocado la gran cantidad de leyes que no se cumplen, que se contradicen entre sí, que carecen de una reglamentación precisa o que nunca pasan de las buenas intenciones de los que las aprobaron. Estamos llenos de disposiciones obsoletas que, como bombas de tiempo, esperan el oportunista despertar para ser aplicadas a situaciones que nunca estuvieron en las intenciones de sus autores, como que el Presidente Allende montó una repartición a cargo de un señor Novoa para aprovechar “resquicios legales” que facilitaran su demolición del estado de derecho.

Todo esto lo deberíamos tener siempre todos presente, pero especialmente los legisladores. Sin embargo, éstos forman una especie de industria que carga diariamente al estado con nuevas obligaciones que no tiene ni recursos ni capacidad operativa para trasformar en realidad. El más elemental sentido común exige que haya una relación entre el proceso legislativo y las limitaciones económicas, humanas, operacionales y fiscalizadoras del estado, pero esa relación parece que no existe en nuestro país, ya que lo que en verdad existe es una fábrica de ilusiones al margen de la realidad. Eso es lo que ha terminado por producir un pueblo frustrado que ha perdido la capacidad de apreciar su propio progreso. Eso es lo que explica la parte multitudinaria del famoso “estallido social”.

En estos tiempos es frecuente escuchar opiniones sobre los derechos que debería incorporar una nueva Constitución y asusta oír que hasta  personas de buen nivel cultural no se pueden liberar de la ilusión de que basta con elevar un deseo al nivel constitucional para que se convierta en feliz realidad. El derecho a la salud, a la educación, al trabajo digno y bien remunerado, a la vivienda, a la pensión suficiente para alcanzar el centenario con confort y dignidad, etc. y hasta varias cosas más. Esos son los deseos de todos, pero la distancia que en ellos existe del dicho al hecho es verdaderamente inconmensurable porque depende de la previa edificación de una economía robusta, moderna y expansiva y de un estado eficiente y con gran capacidad operacional.  Como eso no lo tenemos, hay mucho de infantil en el afiebrado propósito de escribirlo en una constitución.

Esa enorme distancia que hay entre esos dichos y esos hechos nos hacen comprender la necesidad de “hacer aterrizar” las ilusiones de gran parte de nuestros conciudadanos. Y eso pasa por dejar de lado la prédica de vanas ilusiones y comenzar a recordar las amargas realidades del estado humano, en que la vida es lo que cada uno de nosotros hacemos de ella, en que el mejor sistema de salud y de educación están en nuestro interior y no en lo que el estado pueda darnos porque ni aquí ni en ninguna parte del mundo existe un lugar en que se pueda transcurrir la vida en un jardín infantil en que todo nos llega de afuera. Solo entonces asumiremos la verdad de que estamos comenzando a disminuir la brecha que existe entre el dicho y el hecho.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/orlando-saenz-del-dicho-al-hecho/

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