8 diciembre, 2020 

 

 

 

 

 

Vanessa Kaiser
Acádemica Universidad Autónoma


Estamos ante un abuso desmedido del poder político que se sirve del engaño para aparentar ante la ciudadanía virtudes marchitas, vestidas bajo el velo de la ignorancia y motivadas por la ambición de poder. El problema es el peligro que reviste este desquiciamiento egoísta y bufonesco en la medida en que se afirma estar actuando a favor de algo llamado “sensibilidad social”.


Un diagnóstico del tiempo que vivimos tiene como sello característico autoridades que se exceden en el ejercicio de sus atribuciones, ya sea desplegando un poder desmedido o abandonando de modo notable sus deberes. Ambas prácticas políticas se observan claramente en un gobierno que no quiere gobernar y un parlamentarismo de facto, cuyos miembros se han situado por encima de la Constitución vigente. El “abusivo no hacer” del Ejecutivo puede explicarse por su falta de legitimidad, un Estado cuya captura ideológica impide gobernar y el miedo al discurso de los medios de prensa que pueden traducirse en procesos judiciales internacionales. Por su parte, la práctica de un “hacer abusivo” se refleja de peón -miembros de la primera línea- a paje -jueces activistas-. Sin embargo, tenemos a nuestros expertos en aquellos legisladores que perdieron su capacidad de representar a quienes los eligieron. Eso sucede cuando la máxima indica que “los políticos legislan para los políticos”, como es el caso del retiro de fondos y de toda iniciativa fundada en el populismo. En otras palabras, estamos ante un abuso desmedido del poder político que se sirve del engaño para aparentar ante la ciudadanía virtudes marchitas, vestidas bajo el velo de la ignorancia y motivadas por la ambición de poder. El problema es el peligro que reviste este desquiciamiento egoísta y bufonesco en la medida en que se afirma estar actuando a favor de algo llamado “sensibilidad social”. La historia nos da buenos ejemplos sobre cómo estos tiempos de abuso de poder han empujado al abismo totalitario a millones de personas inocentes.

Analicemos el peligro en que se encuentra Chile a partir de tres casos emblemáticos. Los bolcheviques son los primeros en la lista. Ellos eran una minoría en la Asamblea que siguió a la caída del régimen zarista. Tenían 170 de los 707 escaños. ¿Qué hizo Lenin cuando la oposición mayoritaria se negó a someterse a las decisiones de los sóviets? Invalidó los resultados de la elección, disolviendo la Asamblea y concentrando todo el poder en sus manos. Nada nuevo bajo el sol. Esta es la ley de todos los partidos inspirados en principios marxistas, desde el comunista hasta el nacionalsocialista: imponer la voluntad de las minorías por sobre el deseo de las mayorías. Para su éxito es necesario el apoyo inicial de los sectores moderados. Lenin contó con la paciencia y genuflexión del gobierno de Aleksándr Fiódorovich Kérenski.

Es en vistas a la experiencia rusa que a Eduardo Frei Montalva se le llamó el Kérenski chileno. El punto cúlmine fue el apoyo de la DC al proyecto totalitario de Allende en las elecciones presidenciales. Recordemos que, según la Constitución de 1925 en caso que ningún candidato ganase con mayoría absoluta, el Congreso pleno debía elegir entre los dos candidatos que tuviesen la mayoría relativa. Y, entre un Allende con el 36,6% y un Jorge Alessandri con un 35,9%, adivinen a quién apoyó un partido que dice ser demócrata y cristiano: a la colación atea que promovía el asesinato de millones a través de la lucha de clases y la dictadura de los estómagos. Es cierto que el PDC cayó preso de la ilusión. Creyó que, con la firma de las garantías constitucionales que la UP violaría sistemáticamente, el país estaba salvado. Vemos bastante similitud en la sistemática transgresión del Pacto Por la Paz y la Nueva Constitución, donde quedó establecido que la actual Carta Magna estaría vigente hasta el plebiscito de salida y continuaría estándolo en caso de que se rechazara la nueva propuesta. Solo el Partido Liberal con su salida del FA y algunos pocos congresistas, excepciones entre tanto abusador, han dado muestras de no estar disponibles para fantasías como las que afiebraron a la DC del ’70.

Lo curioso es que el caso del triunfo de Hitler responde a la misma receta. Caos institucional, abuso de poder, ya sea por exceso o por defecto y genuflexión de sectores demócratas poco convencidos del valor de la democracia o demasiado temerosos como para defenderla. Hay que decir que Hitler, igual que en los casos citados, no llegó al poder por votación mayoritaria, sino a través de resquicios legales que transgreden la Constitución tal como lo hacen nuestros parlamentarios. Nos lo recordaba el ex Ministro de Relaciones Exteriores, Teodoro Ribera, en una columna reciente. El año ’33 el Congreso otorgó plenos poderes al líder nacionalsocialista, ratificándolo en su posición de gobernante absoluto en 1937. Lo increíble es que dicha ley tenía por nombre una receta que apunta, justamente, al objetivo que la mayoría de nuestros parlamentarios dice querer satisfacer: dar una respuesta a la sensibilidad social. Hablamos de la “Ley para el remedio de las necesidades del Pueblo y del Reich”.

Curiosa coincidencia con los abusos populistas de los que hemos sido testigos. Sólo cabe esperar que un rápido deterioro de la convivencia nacional producto del derrumbe de las instituciones no anime a los actuales parlamentarios a participar con mayor entusiasmo en el ritual de la destrucción de la democracia. En el intertanto podríamos pensar para la discusión constituyente en una solución similar a la que los alemanes se dieron para enfrentar tiempos como estos, en que el hambre por el poder se traduce en el abuso sistemático de la clase gobernante. Hoy la ley fundamental alemana exige, en su artículo 97, que toda ley que la enmiende deberá en forma expresa modificar o complementar su texto y que son inmodificables ciertas materias como los principios de la dignidad humana, los derechos fundamentales y el carácter federal de la República.

Fuente: https://ellibero.cl/opinion/vanessa-kaiser-tiempo-de-abusos/

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