26 julio 2021 

Por J. P. E. Abogado


 

La Nueva Constitución no es algo por definir, sino algo que ya está definido por la matriz filosófica predominante en estos momentos (el "Zeitgeist" o espíritu de nuestra época), que hoy en día se corresponde con las ideas de la posmodernidad, que predominan en prácticamente todo el mundo occidental (según la división que se dio con la Guerra Fría). En la filosofía se encuentran resumidas todas las demás ideas de una sociedad. En ella encontramos lo que son las ideas centrales a partir de las cuales emanan el resto de las ideas secundarias. La filosofía de nuestra época está plasmada tanto en lo que vemos (Netflix), como en lo que escuchamos (Spotify), lo que estudiamos (Harvard), y lo que vestimos. Está en todos lados, y la política no está exenta de este fenómeno, estando también condicionada por lo que son estas ideas centrales. 

Lo que estamos presenciando hoy en la Convención Constituyente no es más que un espectáculo, en el cual se afinarán detalles menores respecto a la formación de una nueva Constitución, pero las cuestiones centrales ya están resueltas y definidas por la filosofía predominante en estos momentos. Los constituyentes no están buscando un "maná" o una nueva fuente de legitimidad, sino que, plasmando ideas que ya son dominantes culturalmente, desde hace bastantes años, tanto en nuestro país como en general en nuestro hemisferio "occidental". 

El constitucionalismo chileno, al igual que prácticamente todo el constitucionalismo americano y europeo, se inició con y en la modernidad (de manera conjunta con las corrientes antimonárquicas, democráticas y codificadoras). Lo que hoy se vive prácticamente en todo Occidente es un quiebre con los valores de la modernidad, vale decir, con los valores de la primacía de la razón y de la autonomía individual. Es eso lo que se ha llamado posmodernidad, que como periodo histórico tiene ya cerca de unos 50 años, y es difícil saber cuánto más perdurará. Lo que saldrá de esta Convención Constituyente será algo totalmente nuevo y distinto a toda la historia constitucional chilena, que siempre estuvo influida por los valores modernos, y representa un experimento inédito a nivel internacional de una constitución posmoderna.

En este sentido, una vez más la élite chilena demuestra su profunda falta de patriotismo, y un desmedro total por un proyecto nacional común, ya que nuevamente ofrece a nuestro país como laboratorio para experimentar con ideas surgidas desde la intelectualidad europea y anglosajona, que ni los mismos europeos o anglosajones se han atrevido a aplicar del todo dentro de sus mismas sociedades (o porque, al menos y a diferencia nuestra, tienen resistencias internas). No por nada la primera gran nación socialista fue Rusia. Al fracasar las revueltas socialistas en la Europa Occidental, los promotores intelectuales y financieros del socialismo salieron a buscar países con instituciones más débiles y susceptibles, y fue allí que dieron con una Rusia empobrecida y convulsionada. 

En el caso chileno, la situación económica nacional viene dañada desde hace varios años, el país ha perdido capacidad de crecimiento (el "PIB potencial", la productividad y el empleo vienen cayendo hace varios años, gracias a una clase política decadente), y en este escenario fue que el país recibió una revuelta social, que promovió la idea de una nueva Constitución. Hoy, en el escenario mundial, nos toca a nosotros ser los pioneros en lo que es el constitucionalismo posmoderno. Poco de original o "chileno" habrá en la Nueva Constitución, y su resultado estará muy en línea con las corrientes intelectuales hoy dominantes en el primer mundo.

Dos puntos, que me parecen centrales del constitucionalismo posmoderno, son los siguientes:

La transgresión de los límites de lo posible (contrario al famoso "en la medida de lo posible" que promovió la Concertación de los '90), cuestión que el filósofo posmoderno Jacques Derrida trató ampliamente en sus escritos ético-políticos ("Espectros de Marx", o en "Fuerza de ley"). La justicia entendida más allá del límite que supone la ley o los programas políticos, ley que (paradójicamente) debe ser transgredida en búsqueda de la auténtica justicia, que siempre está por venir más nunca llega del todo. En esta línea, el mismo Derrida anticipó, en sus escritos sobre la "hospitalidad", lo que sería el espectáculo que los chilenos hemos presenciado en los últimos años en materia de inmigración ilegal, que constituyó una primera muestra, a gran escala, del desplazamiento del límite de lo posible: no se respetó la legislación vigente en materia de inmigración, porque existió un convencimiento masivo en la cultura nacional de que era "justo" permitir el ingreso ilegal al país de extranjeros, ya fuera por razones humanitarias, económicas o políticas, lo que luego se usó como excusa para el "perdonazo" inmigratorio, y para modificar la legislación vigente y así autorizar el ingreso de estas mismas personas ya de forma legal. A nivel constitucional, se habla entre los constituyentes de "profundizar la democracia", en una cierta y constante "revolución democrática" (como casualmente se llama también un partido político que ha promovido fuertemente estas ideas...). La idea fundamental es ir sometiendo progresivamente más y más cosas al escrutinio popular, no solo a nivel de Estado y de política, sino también a nivel familiar (ya plasmado, por ejemplo, en la idea de la "autonomía progresiva", que otorga a los menores poder de decisión dentro de la unidad familiar), a nivel empresarial, y en general a todo nivel institucional, renunciando cada vez más al concepto de autoridad en su sentido tradicional, y avanzando hacia una "verticalidad/horizontalidad", donde la autoridad se confunde con la masa y viceversa, y ya no es posible distinguir roles (cuestión que ya ocurre en muchas empresas que han implementado esta filosofía, dicho sea de paso). Lo mismo con la Constitución, que perderá su carácter jerárquico, confundiéndose cada vez más con una ley común y corriente.

El rechazo a un concepto de chilenidad cuyo significado sea compartido por todos (o en general el rechazo a cualquier concepto "central"): en la era posmoderna tiene igual valor lo "central" y lo "marginal", y de hecho no tiene sentido hablar de central y de marginal porque utilizar esas expresiones presupone que uno vale más que el otro. No es sorpresa, entonces, que la Constitución sea redactada por la tía Pikachú y que esta sea tomada con la misma seriedad que un académico o constitucionalista de renombre (lo mismo Pamela Jiles corriendo como Naruto o "Florcita Motuda" cantando en el Congreso). Así, un fenómeno que trae la posmodernidad es la pérdida de lo central, de lo que tiene autoridad por sobre el resto, porque se piensa que toda autoridad solo responde a una dominación arbitraria de unos sobre otros. Por eso es común escuchar que no importan las credenciales académicas o títulos de los constituyentes. La chilenidad, entendida en su forma tradicional, pierde su autoridad (por sobre otras interpretaciones "marginales" de la chilenidad), y es tan válida como la chilenidad de un inmigrante o de un mapuche. Surgen entonces infinitas visiones, y se produce una fragmentación social en innumerables frentes. Ante esto, se propone alcanzar la unidad nacional mediante una apertura del concepto tradicional de "chilenidad", abriéndolo a las infinitas posibles interpretaciones. Vale decir, lo que se entiende por "chilenidad" puede ser reinterpretado libremente a voluntad de cada uno, y es tan válido como la concepción tradicional de chilenidad. Todos unificados, pero ya no bajo una misma bandera, un mismo himno, una misma nación, una misma lengua, una misma cultura, y en general una misma cosmovisión y filosofía, sino que, bajo una posibilidad de reinterpretar la chilenidad a gusto, y de situarse en la interpretación que más acomode. Existe un centro pero que no es realmente un centro (en el sentido tradicional), porque no entrega visión o interpretación alguna, sino que se abre a todas las interpretaciones posibles (un centro inclusivo, no-excluyente), no cerrándose o limitándose a una sola interpretación. Así, lo que se propone es "multiculturalidad", "estado plurinacional", "diversidad sexual", "pluralismo", y otras tantas ideas que hoy están en boca de la inmensa mayoría de los constituyentes. Ese es el "nuevo Chile" del que tanto hablan.

Hay otros aspectos de este proceso constituyente, quizás más secundarios, pero que también se explican por las ideas dominantes de nuestra época. Por ejemplo, personas yendo a votar vestidas con atuendos y disfraces de todo tipo, comunistas con autos o celulares de lujo, o hijos de la vieja élite vasco-castellana que se presentan casi como representantes de los pueblos originarios. Y bueno, si hasta el presidente de la República, con su millonaria fortuna, se ha presentado como una persona de clase media. En la posmodernidad todo vale, y todos pueden serlo todo si así lo aparentan (se vuelve una cuestión performativa). Lo superficial tiene el mismo valor que lo auténtico. Estamos agobiados por una liviandad que ha sido "normalizada", y el mero decir algo importa lo mismo que serlo.

Estas ideas están reflejadas, por ejemplo, en el proyecto de Nueva Constitución del gobierno de Bachelet, así como también en las palabras de la machi Loncón, hoy presidente de la Convención Constituyente. El voto mayoritario respaldó las ideas que ella representa, y que son finalmente las que se plasmarán en la Nueva Constitución, y que ella dejó bastante claras en su discurso. Los invito a revisar tanto el proyecto constitucional de Bachelet como el discurso de la machi, y entenderán "todo". No por nada la machi estudió en Europa. Esto no es, como ella señala, "un sueño de sus antepasados", sino el sueño de los intelectuales que la educaron en las universidades europeas, cuna de estas ideas posmodernas.

Fuente: https://revistaindividuo.cl/opinion/hacia-una-constitucin-posmoderna

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