Osvaldo Rivera Riffo
Presidente
Fundación Voz Nacional


Tengo la esperanza que mis columnas anteriores hayan encontrado la lectura y compresión necesaria para dimensionar el problema político / social en el que estamos inmersos. El resumir el trabajo del filósofo Adriano Erriguel ha tenido como propósito dar una opinión aún más ilustrada de la denuncia que por años hemos venido realizando. La incapacidad política de la derecha carente de liderazgos serios, hizo que nuestro país hoy camine a un destino triste y no menos doloroso. Estoy consciente que no pocos encontrarán largo y difícil de comprender masivamente estos escritos. Es el riesgo de no haber puesto el mejor empeño para descubrir al enemigo en todas sus facetas a tiempo. Hoy los interesados de verdad en Chile tendrán que hacer el esfuerzo de leer con atención. El resto ya lo sabemos prefiere la frivolidad política, esa que se comenta comprándose una cartera Dior o comiendo en el resultante de moda.

Entonces, preocupémonos de la tarea de leer.

Como lo fui indicando en las columnas anteriores el éxito de la campaña “teoría crítica” frankfurtiana marcó su integración en las instituciones, algo ya previsto por algunos autores, cuando señalaban que “en la medida en que una obra gana en popularidad, su impulso radical se ve integrado dentro del sistema”. (Adorno y otros)

El liberalismo desechó la parte más auténticamente subversiva de la Escuela de Frankfurt –la crítica de la razón instrumental, el análisis sobre la desacralización del mundo, la reivindicación de los valores no económicos, la denuncia del consumismo, el rechazo a la mercantilización de la cultura, la advertencia sobre la pérdida de “sentido”– y adoptó sus postulados más individualistas y libertarios de “emancipación” y de rechazo a la “dominación” ejercida por la familia, el Estado y la iglesia.

La “dialéctica negativa”, desarrollada por la Escuela de Frankfurt sirvió así de instrumento a toda una generación de radicales americanos y europeos empeñados en una reconfiguración profunda de la sexualidad, la educación y la familia.

A un nivel teórico más profundo, la “dialéctica negativa” frankfurtiana enlazaba sin solución de continuidad con una nueva generación más radical y carente de los escrúpulos “conservadores” de Horkheimer y sus amigos: la generación del posmodernismo y del post–estructuralismo, de Foucault y de Derrida, de la deconstrucción y de la ideología de género.

A partir de los años 1970 se sentarían las bases de una nueva cultura y de un “hombre nuevo”. Sin duda abierto al neoliberalismo de izquierda.

“La revolución viste de Prada”. Es una obra ya clásica, los sociólogos Luc Boltanski y Pierre Bordieu señalaban que “la filosofía social de la fracción dominante de la clase dominante ya no se presenta como defensora, sino como crítica frente al estado existente de cosas, lo que le permite acusar de conservadurismo a todos los que se resisten al cambio. 

El Poder ya no teme a la crítica, por el contrario, la moviliza: hay que cambiar constantemente —o parecer que se cambia— en todos los órdenes de la vida” e importantes autores llamaban a este fenómeno “conservadurismo reconvertido”, frente al “conservadurismo declarado” que sería el propio de las fracciones en declive de las clases dominantes. Las élites en el poder han cambiado de ideología, esa es la realidad. ¿Cuál es la función de la izquierda en esa tesitura?

Como es sabido, el neoliberalismo es una de las bestias negras del izquierdismo biempensante. Pero la retórica anti–neoliberal de la izquierda no debería conducir a engaño. Frente al neoliberalismo —asimilado normalmente al “ultra-liberalismo” o el “capitalismo salvaje”— la izquierda moderada suele reivindicar el “social–liberalismo”, que sería una especie de “liberalismo respetable”. Pero esto es sencillamente imposible. El neoliberalismo es una “racionalidad global” que abarca todas las dimensiones de la existencia humana, y no admite una prolongación de sí mismo en el plano social.

Si pensamos que hay un “social-liberalismo” que se contrapone al neoliberalismo (de la misma manera en que antaño la socialdemocracia se contrapuso a la democracia liberal) incurrimos en una analogía tramposa. En la práctica, el llamado social-liberalismo no es más que un neoliberalismo de izquierda. Lo que está muy lejos de ser una contradicción. A fin de cuentas, como elección consciente de los Estados el neoliberalismo es una ingeniería social. Por eso admite una amplia gradación de la intensidad de las intervenciones estatales, por eso admite un juego relativo entre diferentes versiones de sí mismo. Como estrategia adaptativa, el neoliberalismo desarrolla una versión “de izquierdas” –lo que es especialmente visible en las políticas culturales–. Y aquí cobra su relevancia la izquierda posmoderna.

La izquierda posmoderna es el ariete de la ingeniería social del poder, es el portaestandarte del neoliberalismo cultural. Éste siempre se presenta como “revolucionario”, como favorable al cambio, como dispuesto a la ruptura. ¿Izquierda radical? ¿Izquierda antisistema? Con sus mohines radicales y sus poses destroyer, la izquierda posmoderna es tan peligrosa para el neoliberalismo como un gatito de bengala. Ella misma es la vanguardia cultural del sistema.

Y mucho más que eso. Lo que suele omitirse es que la configuración cultural del neoliberalismo hunde sus raíces en las elaboraciones teóricas de la izquierda posmoderna. En este aspecto resulta clave el legado del último gran “filósofo estrella” del siglo XX: Michel Foucault.

Todo confluyó en su vida y en su obra para hacer de su figura un icono de los nuevos tiempos. El filósofo carismático y maldito, el deconstructor de la sexualidad occidental, el pensador del cuerpo y de los placeres, el de los marginados y de los excluidos. Foucault es el gurú en el que confluyen todas las fugas hacia adelante de la posmodernidad tardía. Es el patrón de la teoría de género, de las identidades fluidas de la nueva era trans: una era sin tabúes cuyo advenimiento él habría propiciado, entregando su propia vida en ofrenda martirial. (Llevó una vida sin privaciones de ninguna especie en Nueva York y California. Murió de sida en 1984

Aquí es donde surge la gran preocupación de sus adoradoras sacerdotisas que no pueden dejar de disimular su intranquilidad por la pregunta siguiente:

¿Foucault neoliberal?

He ahí un asunto embarazoso. El neoliberalismo ocupa un lugar importante en sus últimos escritos, hasta el punto de que el autor de Vigilar y Castigar parecía seducido por esta doctrina. ¿Qué podía encontrar Foucault de seductor en el neoliberalismo?

Para entenderlo es preciso partir de un dato: Foucault fue toda su vida un pensador obsesionado por el poder. El problema del poder es el eje en torno al que gira toda su obra, en ella casi todo se interpreta en términos de poder o lucha de poderes. Pero Foucault era un filósofo posmoderno, lo que significaba que él no podía pensar el poder en términos clásicos de filosofía política —un enfoque que abiertamente despreciaba— Foucault aborrecía las interpretaciones totalizantes —el marxismo es un ejemplo— y no quería limitarse a una crítica de las instituciones (si bien se aplicó a fondo a su deconstrucción). Su verdadero enemigo era mucho más amplio: éste consistía en “todo Sujeto —ya fuera el Estado, la Sociedad o el Inconsciente— susceptible de encerrar al individuo en una determinación global, cualquiera que esta fuese”. A los ojos de Foucault la idea de límite es fundamentalmente infausta, puesto que contradice la facultad de experimentar la multiplicidad inagotable de las experiencias. De ahí su interés por los anormales, y su empeño recurrente en “sustraer a los locos, a los presos y a los homosexuales a toda forma de enclaustramiento y de categorización unívoca”.

El Sujeto: he ahí el enemigo, en cuanto que es en torno a la idea de Sujeto que la tradición metafísica occidental ha elaborado el concepto filosófico de identidad. Esa identidad que “ancla” al individuo en un conjunto de determinaciones colectivas (nación, raza, sexo, religión) y que se convierte así en sinónimo de “fascismo”. Todo el empeño de Foucault —y de la French Theory y los “studies” posmodernos— será deconstruir esas identidades para reemplazarlas por identidades flotantes, mutables, indeterminadas. Foucault es el filósofo de los “tiempos líquidos”. ¿Dónde queda el neoliberalismo en todo esto?

En el campo de la crítica social, Foucault propone una inversión de prioridades: desigualdades económicas y la miseria continúan existiendo, en su opinión estos problemas no se plantean “con la misma urgencia” de antaño. Foucault es post–revolucionario a manera de posmoderno. Para el autor de “Vigilar y Castigar” la crítica de las grandes estructuras económicas responde, en el fondo, a una problemática del siglo XIX, mientras que en nuestra época el auténtico problema se plantea al nivel de “los pequeños poderes y de las estructuras difusas de dominación, que hoy se revelan como los problemas fundamentales”

La utopía de Foucault consiste en una sociedad desembarazada de mecanismos disciplinarios, de dispositivos normalizadores y “excluyentes”. En esa tesitura —subraya Francois Bousquet— el Leviatán estatal se configura como el adversario a abatir, según la máxima –repetida por los apóstoles del libre mercado– de que “se gobierna siempre demasiado”.

Es el momento de la consagración americana de Foucault. A fines de los 1970 el neoliberalismo estaba a la vuelta de la esquina: eran los tiempos de Milton Friedman y los “Chicago boys”, el momento en el que, hastiado de la vieja Europa, Foucault descubría fascinado los barrios gays de Nueva York y San Francisco, la subcultura homosexual masoquista, las playas de California, el LSD, el opio y la cocaína. Los años 1980 son los años de la “French Theory” en las universidades de Estados Unidos. El “fenómeno Foucault” es un producto americano.

¡Libertad de elegir! La apología del mercado —el “mantra” neoliberal por excelencia— tenía que resultar forzosamente grato a los oídos de Foucault. Al fin y al cabo, si cada individuo es una empresa que se auto–gestiona en función de una ilimitada libertad de elección, ¿qué otro sistema —si no es la mercantilización general de la vida— permitirá escapar al individuo de cualquier género de determinación?

Foucault es también el filósofo de la construcción de sí mismo, de la bio-estética y de la estilización de la propia existencia: esculpir la propia vida como una obra de arte. Pero el narcisismo, es un dispositivo neoliberal dirigido a estimular la competitividad, y se sitúa además en el centro de todo eso que se ha llamado —con toda razón— el “capitalismo de la seducción” o el “capitalismo artístico”. Estamos aquí muy lejos, no ya de la lucha de clases, sino de la simple lucha contra las desigualdades...

De Foucault parte la identificación —capital en la izquierda posmoderna— entre poder y dominación. De este enfoque se desprende una derivada política importante: “al poner en la diana las formas concretas y visibles de poder (el Estado y las instituciones disciplinarias) sin interrogarse sobre su sustancia, los nuevos movimientos contestatarios han participado en la consolidación de la lógica de dominación despersonalizada propia del capitalismo. Con lo que aquí llegamos al meollo neoliberal de la izquierda posmoderna.

Con el resumen aportado se ha dado en síntesis el gran significado de la guerra cultural y como el neoliberalismo ha sido su portaestandarte y no por ingenuidad sino por ignorancia, al creer que invirtiendo la política al servicio de la economía podía construirse libertad.

Gran error que necesitamos con tiempo revertir y para ello hay que eliminar toda la clase política de derecha y buscar nuevos liderazgos con pensamientos actualizados y lejos de la corrupción del lenguaje políticamente correcto.

En resumen y para terminar está saga, al menos memoricen estas ideas:

Las contradicciones se despliegan en espiral. El posmodernismo deconstruye los grandes relatos pero nos impone otro Gran relato, totalitario y mesiánico.

Considera que toda verdad es relativa, pero él nos dice las cosas tal cual son.

Afirma que todas las culturas son respetables pero que la occidental es culpable.

Señala que los valores son subjetivos, pero el racismo y el machismo son males absolutos.

Asegura que todo es política pero disuelve la política en gobernanza.

Desconfía de los estados, pero exige más Estado providencia.

Exalta la diversidad, pero homogeneiza el mundo.

Proclama la soberanía del individuo, pero lo encuadra en identidades y comunidades.

Radicaliza la libertad sexual, pero impone el puritanismo para luchar contra el sexismo.

Rinde culto a los derechos humanos pero abre la puerta al trans-humanismo.

Dice que la religión es retrógrada pero que acoger al Islam es progresista.

Dice que la democracia es buena pero que el pueblo es malo si vota por los populistas.

Dice que el feminismo es obligatorio, pero que el respeto a la sensibilidad cultural de los inmigrantes también lo es.

La izquierda posmoderna ha rehabilitado la Imagen del lumpen, hasta investirlo de una imagen redentora.

Proclama la tolerancia pero instaura la corrección política…

Agradezco al filósofo Adriano Erriguel su valiosa contribución que me ha permitido acercarme con mayor exactitud a las profundidades del problema que agobia a Chile, como al resto de occidente. Pero como dice el famoso refrán “la caridad comienza por casa”. Esto quiere decir que toda persona debe empezar por cubrir primero sus necesidades y las de su casa, antes de atender las necesidades de los demás.

Entonces, comprendiendo todo lo anterior, a cerrar filas para la RESISTENCIA.

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